Me entero de que el Barça tiene abiertas siete webs en otros tantos idiomas –catalán, español, inglés, chino, árabe, francés y japonés—a los que se asoman entusiastas sus hinchas desperdigados por el planeta, a veces en términos tan exaltados como puede comprobarse en el sitio “Barça árabe” donde se explica ese fervor secesionista y antiespañol con el argumento de que el Real Madrid encarnaría la unidad nacional frente a les “legítimas” pretensiones de libertad territorial de Cataluña, una “nación” oprimida desde los tiempos de Felipe V y sujeta a una férrea disciplina por la fuerza del ejército y las policías españolas. “El Madrid –escribe un forofo—es, como todo el mundo sabe, un club tramposo, sin fe ni ley, que no respeta a sus adversarios y que, cuando pierde en la cancha se vuelve malvado”. Vean a dónde van a parar los impuestos de los españoles en general y consideren esa inquietante estrategia de acercamiento al mundo islámico que no es, precisamente, como de sobra sabemos, una malva. Comentando el hecho, un periodista francés se pregunta si ese arabismo militante reclamaría con la misma intensidad la libertad de los clubes árabes disidentes, es decir, si los saudíes, por ejemplo, defenderían también a un club de mayoría chiíta como Al-Qadissiya, o si los argelinos harían lo propio en defensa del Tizi-Ouzou kabila, y los irakies a favor del perseguido club kurdo de Erbil entre otros casos. Nunca hubiéramos imaginado que el fútbol llegaría a convertirse en un instrumento de confrontación política incluso a nivel internacional.
Ni siquiera Siria se libra, entre tantos tormentos, de estas guerras polideportivas, sobre todo a partir de los graves incidentes acaecidos en torno al Qamichli, el equipo kurdo que incluso llegó a sufrir un cruento accidente al perder varios jugadores en un sospechoso incidente de tráfico que hizo volcar su autobús. Ganan, en definitiva, quienes defienden la hipótesis de que el fútbol, como otros deportes, no es sino un sustitutivo de la guerra abierta, una millonaria metáfora nada inofensiva de la rivalidad política y social cuando no religiosa. Es decir, ni más ni menos, que lo contrario de lo que pretenden ser los clubes en su benévola teoría de la competición libre y respetuosa que anima a un presunto espíritu deportivo, indiscutido y superior como un imperativo kantiano. Acaso esas ínfulas competitivas no sean más que un disfraz de la violencia latente que ha acabado haciendo del hombre el mono más feroz.
Buee. Tenemos todo el fin de semana para hablar «der júrbo».
Fue un tipo tan honesto como Manuel Vázquez Montalbán -no hay luces sin sombras- quien escribió aquello de que el «Barça, el ejército de un país desarmado».
Me produce repelús leer que en Qatar la mujer no tiene obligación de vestir la abaya, pero es muy recomendable seguir ciertas normas en la longitud de la falda y en no mostrar los hombros.
Cuando veo al Barça lucir en sus camisetas la esponsorización de ese país me pongo en lo peor. ¿Suníes o chiíes? Jo. A estas alturas, Micaela.
Es triste y hasta aburrido el tono de este secesionismo. Da grima y de pena escuchar estas tonterías. Pero es lo que hay. No poco pesimista, temo cada día más que unos cuantos sinvergüenzas logren romper España.
Está visto que los fines de semana o hay over booking o hay cerrojazo. No tiene que interesar el fútbol para que a una le llame la atención estas actitudes del separatismo catalán, que está llegando a alturas tan llamativas como la que se refiere en la columna. Muchos españoles sentimos una pena grande ante esta postura que incluso se vuelve agresiva e insultante, como se ve.
Increíble que se despilfarre el dinero de ese modo. Más todavía que se caiga en esos estereotipos absurdos para degradar al rival.
Lo que faltada a la «diplomacia» regional catalana era una diplomacia informática en siete idiomas. ¡Y para denigrar al Madrid de sus mayores odios! Verdaderamente quien contemple a nuestra sociedad desde un observatorio neutral sacará la conclusión de que estamos perdiendo la olla colectivamente.