De nuevo Andalucía de actualidad en la despreciable imagen de la violencia futbolera, otra vez la agresión brutal de la acémila de turno que desde la grada hiera a un jugador sobre el terreno de juego. El deporte, no como sustitutivo de la guerra, sino al revés. No poco han tenido que ver con esos bárbaros los propios responsables que durante años –recuérdense casos con el de Gil arengando a sus ultras– han protegido y hasta subvencionado a esas jaurías que han logrado algo tan notable como que los “derbis” andaluces hayan de ser declarados por la autoridad partidos “de alto riesgo”. Este segundo botellazo pone en evidencia la degradación de un espíritu competitivo que no puede seguir siendo imputado cómodamente “a los cuatro de siempre”. Lo que está ocurriendo en nuestros campos es una novedad intolerable que requiere medidas de urgencia por parte de la autoridad tanto como por parte de los clubs.