Hay ya demasiados capitales excesivamente grandes. En los EEUU pero también en China, en Japón o en Europa, se habla de esas cifras astronómicas que han hecho de la revista Forbes un observatorio universal. Rafael Atienza nos ha obsequiado en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras con un discurso inaugural sobre la plutocracia en que explicó la evolución del papel del dinero desde las viejas aristocracias a la “nueva clase” política, cifrando el cambio actual del Poder más en el manejo del dinero público que en el uso que pueda hacerse del privado. No lo sé, no estoy seguro, pensando, sobre todo, en el amplio margen de maniobra que le queda al plutócrata para imponer su influencia. Carlos Slim, que encabeza hoy el ránking de ricos mundiales, necesita a Felipe González si quiere entrar en el negocio europeo y, sobre todo, en el marroquí, del mismo modo que Sarkozy o Aznar viajan a bordo de yates de potentados, tal vez porque esos dos sectores del Poder se necesitan recíprocamente. Atienza nos dijo sobre la función de la filantropía cosas que son ciertas desde los héroes del evergetismo, y que, por otra parte, hace más de 30 años que clavó críticamente el talento de Paul Veyne. Ahora los ricos invierten en fundaciones –a por atún y a ver al duque—por la cosa de la beneficencia y, de paso, para eludir impuestos. Pero lo que no podíamos imaginar es que iba a sobrarles tanto el dinero como para regalarlo a espuertas: Bill Gates y Warren Buffett, por ejemplo, van a entregar la mitad de sus fortunas a la obra pía, y no contentos con eso han convocado en Pekín a los milmillonarios chinos para proponerles que imiten su desprendimiento. Un marxista rancio hablaría quizá del reintegro de las plusvalías. Sospecho, por mi parte, que la cosa es mucha más compleja.
Sobra el dinero, de eso no cabe duda, el sistema de acumulación de capital se ha pasado de maracas y no sabe ya qué hacer con esa masa de recursos jamás poseídas por manos privadas, y en un mundo más ensombrecido que nunca por necesidades elementales y masivas. Jamás el proyecto de un capitalismo social –como el que alguna vez se trató de vender—lo tuvo, a un tiempo, más fácil y más difícil. ¿Se imaginan lo que se podría hacer con esas fortunas que ofrecen ahora los filántropos americanos? Atienza nos ha recordado también que no escasean los ejemplos en que la filantropía o el evergetismo acaban en la ruina. Y nos refirió de paso una anécdota de los Rockefeller extraída de las memorias de uno de ellos: “Hay dos cosas que arruinan en América: el divorcio y la filantropía. Mi hermano Nelson hizo las dos”. Los tiempos, evidentemente, han cambiado.
La caridad no puede suplir a la justicia.
No se trata de eso, don Griyo, sino del hecho mismo de la sobreabundancia. Con cantidades como las citadas se podría, en todo caso, hacer mucho, aparte de que ya me dirá, querido, que es eso de la Justicia. A mí la columna me ha parecido muy interesante. El gestyo de los millonarios muy desconcertante.
La filantropía reporta a los millonarios pingües beneficios en imagen y publicidad gratuita que al fin repercuten en la cuenta de resultados, cuatro o cinco veces lo invertido según los economistas que han estudiado el tema, aunque la donación de la mitad de esas fortunas, si se hace, no puede resultar tan rentable como financiar alguna fundación que otra.
Quizás pongan una vela a Dios y otra al diablo.
¿No les parece un escándalo además de una extraña buena obra?