Un sabio de la universidad de Harvard cree haber dado con la fecha en que el mono loco comenzó a cocinar sus alimentos. Según él, ese hallazgo debió de producirse en tiempos de “Homo erectus”, hará cosa de dos millones de años, aunque las pruebas resulten más sugestivas que convincentes. Nuestro eminente Faustino Cordón, una de las mentes más lúcidas que se han inclinado sobre la vida y sus secretos, ya había explicado meridianamente que “Cocinar hizo al hombre” (Tusquets, 1980), una vez que la especie fue capaz de simplificar la búsqueda de comida e iniciar la alimentación heterótrofa, muy superior a la autótrofa en la medida en que, mediante la acción del calor transformadora del quimismo, permitía al hombre primitivo aprovechar las reservas alimenticias hasta entonces inaccesibles en el interior de las células. Veo confirmada en la hipótesis que Chris Organ acaba de lanzar en aquella universidad, las viejas intuiciones que Cordón –ni que decir tiene que privado de medios y excluido en la práctica de la comunidad científica—se empecinaba en difundir en medio de aquel páramo que era la España de entonces, y en especial la aplastante lógica implícita en la idea de que si el descubrimiento de la cocina favorecía la vida y el desarrollo de la especie, no menos hubo de propiciar la aparición y el despliegue del lenguaje, conquista definitiva del género humano que acabaría por distanciarlo en solitario e incluso por convertirlo, en algún grado, en el dominante. El individuo progresa condicionado por su medio sobre el que a su vez, repercute, y da un salto colosal hacia adelante cuando aprende a transformar lo que come y, como consecuencia, a comunicarse con sus comensales, en una espiral incesante que, por su parte, inaugura el pensamiento propiamente dicho. Sólo con hipótesis revisables logramos irnos orientando en aquel incierto paisaje que, sin embargo, cada día se nos aparece más concreto y nítido en sus presupuestos básicos. Fue la cocina la que liberó al hombre de la evolución conjunta de los animales y la palabra la que apuntaló ese prodigio. Creo que Cordón no databa tan lejos el gran cambio pero resulta obvio que acertaba en lo fundamental.
Hablaríamos, pues, desde nuestro más remoto origen, en la linde misma de la animalidad inferior, apenas bifurcados los destinos humanos de los que siguieron rigiendo el de los demás primates, lo que acaso explique el insondable arcaísmo de ciertas intuiciones míticas que subyacen soterradas bajo los cimientos de la civilización. Cordón lo sabía hace treinta años aunque no lo acabaran de creer, y eso es algo que hay que reclamar con fuerza en homenaje suyo.
Interesante tema, tan bien expuesto además. Y emocionante el recuerdo del sabio Cordón, nunca reconocido como merecía. Hace poco leí la obra que menciona y me divirtió lo indecible, a pesar incluso de algunas discrepancias. Tiempos aquellos, don ja. Menos mal que, por lo visto, la vida y su aventura intelectual siguen.
Cocinar, hablar… Lo del «mono loco», que tanto nos gustaba en tiempos, es el hallazgo definitivo para una antropología incorrecta pero fiel a la realidad. La gran hipótesis sobre el pasado del Hombre no se cerrará nunca, aunque compruebo estos últimos tiempos que cada vez se remonta más atrás. En realidad tiene su lógica: no hubiera sido fácil forjar algo tan complejo y contradictorio sino en una medio eternidad. Dios debió esnonder celosamente su mnual de instrucciones antes de irse a descansar aquel primer sábado…
Me descubro el cráneo.
Esta historia no debe de conocerla el tío de El Bulli ni otros colegas de la «nueva cocina». No es imposible que así como la «primitiva» fue el origen de la especie realmente «sapiens», la de estos camalistas sea el inicio de su decadencia.
De ahí que el buen yantar y el buen beber siga siendo unos de los actos mas eminamente civilizados de esta sufrida humanidad…
Besos a todos.