A esa gente que cree que la saga de las corrupciones es un fenómeno inevitable y, como tal, políticamente inocuo, le vendrá bien leer la encuesta que ayer publicaba Libération sobre el debatido tema. De ella se desprende con claridad meridiana que dos de cada tres franceses, nada menos, es decir, un 64 por ciento de los consultados, está plenamente convencido de que la política está en manos de dirigentes corruptos y de que, en consecuencia, Sarkozy tendrá que hacer algo más que echar por la ventana a dos ministros –uno de los cuales había ampliado su mansión ilegalmente mientras que el otro es reo de haberse comprado, a costa del contribuyente, vegueros habanos por valor de 12.000 euros—si pretende mantener siquiera la esperanza de su prometida “República irreprochable”. Lo malo, con todo eso y más, no es que sólo tres de cada diez franceses siga creyendo en la honradez de sus políticos, sino el hecho de que, desagregando los resultados, se compruebe que esa vergonzosa cota de rechazo es sostenida por un 74 por ciento de obreros, un 73 de empleados e, incluso, un 54 por ciento de los cuadros sondeados. En España ya se guarda la sociología oficial de investigar estas actitudes que en Francia sabemos que han ido creciendo desde el 38 por ciento de desconfiados de los últimos 70, a la cotas máximas de la década de los 90, cuando la clase política, entonces bajo la batuta der Mitterrand, se vio forzada, en un alarde de cinismo supino, a autoamnistiarse por dos veces para evitar lo peor. La democracia se ha quedado desnuda ante una opinión que, a diferencia de los cortesanos del cuento, pueden reconocer la evidencia y proclamarla sin miedo: nos gobierna sin remedio una clase mayoritariamente podrida frente a la que la visión aristotélica del régimen de libertades poco puede hacer aparte de resignarse.
La cuestión es si podrá mantenerse erguido un régimen del que desconfía masivamente el personal seguramente como consecuencia de la noción patrimonialista de lo público que es propia de la gestión partitocrática, pero también de una cierta connivencia popular que no ve en el agio o en el peculado más que una obligada servidumbre. Llegados a este punto, siempre recuerdo aquello de que “en el caso de Juan Guerra, cualquiera hubiera hecho lo mismo que Juan Guerra”, que escribió alguien aferrado con firmeza al pragmatismo más inmoral. Pero es evidente que ningún régimen político podrá sobrevivir impune a esa premisa corrupta que reduce el “gobierno de todos” a una simple parodia en la que ni siquiera creen dos de cada tres ciudadanos. Diderot decía que los rusos se pudren antes de madurar. No sé por qué cargar a los rusos en exclusiva con ese estigma que a todos nos alcanza.
Empiezo a pensar que no hay poder sin corrupción, al menos de tejas para abajo. Sé que hay personas honradas en todos los sectores de la vida, pero no hay más que abrir el periódico para entender que la corrupción es un efecto de la política actual. También creo quie esto ocurre porque no existe la ejemplaridad y los ladrones se van a sus casas tan tranquilos cuando los descubren, llevándose el botín. Con más rigor habría menos golfos.
Soy capaz de entender su buena voluntad y su constancia. Me asombro, sin embargo, de su capacidad de luchar contra tantas cosas a la vez. La corrupción de la política es un hecho lo veamos reflejado en las encuestas o no lo veamos. Alegra de cualquier forma que haya países avanzados donde la cosa va quedando clara.
El membrete de un magistrado-juez respaldando un requerimiento de pago a una empresa en beneficio propio. No sé donde llegaremos por este camino pero mucho me temo que esté todo casi perdido. ¿Han leído El Mundohoy? Pues les aconsejo que no se lo pierdan.
Pocos me parecen a mí esos incrédulos, debe de haber muchos más que callan o no son localizados. La idea de que el político es un mangante es hoy general, por desgracia, pues no conocemos otra forma de organizarnos, y ya desde Grecia resuena esa canción. César era un afanador tipo Garzón, que pedía pasata a quien la tenía para promocionarse. Ya digo que este asunto es muy viejo. Una vez, en un curso en el que se hablaba ¡¡¡todavía!!! de Foustel de Coulanges, don jagm, que era ponente en él, nos habló de la corrupción griega y romana, aunque lo más probable es que él lo haya olvidado. Hoy me acordado de aquella antigua lección y me conforta ver que sigue en las mismas.
Se suele decir que atacar a los políticos es antidemocrático. Yo me pregunto si criticar sus actitudes no es más demcorático todavía siempre que lo que se busque sea el fortalecimiento de la vida pública y no se desprestigio. ¿Cual es el caso hoy y aquí?
Iba a comentar la columna cuando me encuentro con don Alfonso R.D. –bienvenido– y su pregunta. Le contesto por mi cuenta que, como sabría si fuera asiduo lector, esa columna es casi siempre constructiva y demostradamente democrática. Se me ocurre (era lo que iba a decir, precisamente) que si los políticos se escuecen con estas críticas ciudadanas no tienen más que reaccionar ellos mismos. Pero observemos que no es frecuente que lo hagan, salvo que se trate de despellejar al rival. Hoy de la corrupción –activa o pasiva– se salvan pocos políticos, aquí y en la mayoría de las democracias. Es la relación social imperante la que la produce y los individuos no hacen más que actuar con ella propicia.
LO QUE SON ES UNOS MAGANTES Y USTEDES LOS PERIODISTAS EL ALTAVOZ QUE LOS HACE FAMOSOS PERO QUE SE APAGA CUANDO CONVIENE. ((No lo digo por gm, a quien leo hace muchos años y conzco bien, pero en general eds así, por desgracia para todos)())).
Es curioso cómo sube el diapasón cuando surge este tema, del que los políticos no parecen ser del todo conscientes. Una democracia podrida no puede funcionar; todo lo más será un simulacro de orden libre y representativo. Pero es que lo que aquí está ocurriendo raya en lo catastróficos. Mi amigo ja habla siempre del «puerto de Arrabatacapas» y la verdad es que es una imagen magnífica. Esto es un saqueo y quienes desde la vida pública se sientan ofendidos con esta afirmaciój lo que tienen qu hacer en rebelarse en lugar de guardar silencio por un mal entendido gremalismo.
Es asombrosa la aceptación social de la corrupción: todos la critican, nadie mueve un ddedo contra ella. Se ha dicho aquí que el Poder la engendra y yo creo que es verdad. Lo que está ocurriendo en la España democrática es, sin embargo, mayor y más grave que lo ocurrido bajo la dictadura. Y no me digan que la diferencia está en la libertad de información porque eso no se lo creen ni los que lo dicen. Que las condiciones de este capìtalismo global, aceptado por la derecha tanto como por la izquierda, quizás no permitan otra cosa.
Sea un mal de siempre , cierto,…pero a veces mas que menos.Y que sea igual que bajo Cesar ya quisiéramos todos tener un César tratando de apañárselas en nuestros países respectivos.
Un beso a todos
Tampoco idealice a César, Madame, que tenía lo suyo que aguantar. Siempre pensé que no lo mataron sólo por envidia…