En Atlanta andan de fiesta con motivo del 125 aniversario de la Coca-Cola. Habrá conciertos al aire libre y se espera una riada de visitantes al (que hay que suponer) anodino museo del célebre refresco, cuyos gestores declaran unas ventas anuales no inferiores a 1.700 millones de esas botellas que apasionan en todo el mundo salvo en Corea del Norte, Cuba y Birmania, países en los que están prohibidas. Los datos son apabullantes: le bebida es reconocida por el 97 por ciento de la Humanidad; el año pasado logró superar en USA las ventas de la Pepsi, su eterno competidor; sólo en el año en curso ha vinculado en Facebook veintiséis millones de fans; parece que el consumo mundial alcanza cada año las 89 botellas por habitante del planeta, que en el último país mencionado sube hasta las 394 y en México se dispara sobre las 675. En las abarrotadas carreteras del África profunda es frecuente ver a las muchedumbres errantes asaltar dólar en mano (y ésa es, probablemente, la renta diaria de muchos de tales consumidores) los inmensos “trailers” distribuidores hasta vaciarlos en unos minutos. Cómo será que los managers de la compañía esperan duplicar el pelotazo de 100 a 200 milliardos de aquí a 2020, en la confianza de que se cumpla un principio sobradamente comprobado –que el volumen de venta de “soft drinks” en general y de Coca-Cola en particular está en función del crecimiento del PIB, de manera muy particular en los que suelen llamarse “países emergentes”—y, por otro lado, pendientes del anuncio demográfico que pronostica que en este decenio la población del mundo crecerá en 700 millones de criaturas. En China el promedio de coca-colas bebidas alcanza ya las 34 al año, y en India no baja de 11. No creo que jamás un producto haya alcanzado un éxito semejante. La perspectiva de una mayor población y una nueva clase media en estos nuevos invitados al festín parece proyectar al infinito el negocio que hace ahora siglo y cuarto puso en marcha, sin la menor idea de lo que se le iría de las manos, el boticario Pemberton.
Uno de los mecanismos más sublimes del Mercado consiste en el hecho de que también el gusto se educa, es decir, de que la demanda podrá ser todo lo espontánea que quieran los ultraliberales, pero que no deja de ser también el producto manipulado de un sistema volitivo que opera muchas veces desde la sinestesia. Dicen, por ejemplo, que el diseño de la botella y el logos que ahora cumplen esos 125 abriles relanzó el consumo tanto como la imagen del soldado con la botella lanzado por el Gobierno USA en 1943. El imperio cabe en unos centílitros con tal de que la duramadre los reconozca como suyos.
Un tema y unos datos como para pararse a cavilar, nos parece, sobre todo algunas cifras como las del consumo mundial. Imaginar esas escenas en los países hambrientos es algo inverosímil. Y eso que ja ha dejado aparte esta vez el tema del «secreto de la fórmula», casi un a leyenda extendida por todas partes. Cocacola es un imperio, lleva razón, quizá el mayor y menos gravoso en este momento.
Un fenómeno impresionante, que todos hemos comprobado en esta vida viendo en los logares más apartados el anuncio con el logotipo famoso. Lo de África, otras veces comentado aquí (debe de ser una experiencia vivida por la autor) es impresionante y da mucho que pensar sobre la lógica del consumo y, por supuesto, también, sobre la vieja cuestión del hambre.
Pues permitánme que les diga que ujn servidor esa escena africana le ha dado mucho que pensar pero sobre todo mucha pena en la medida que demuestra la capacidad de las propagandas para determinar el consumo y convertir en bien de primera necesadidad casi lo que se le ocurra al Mercado.
Subrayo el párrafo final en el que se habla de la posibilidad de manipulación de la demanda «desde la sinestesia». Observación fina que resume muy bien un asunto tan curioso.
(No crean que poprque no escvribi no estoy al loro, vaya por delante, es que endo muy liado y algo depre…).
Me ha encantado el tema y el trato que le ha dado, y eso que soy adicto al producto desde que era adolescente. Lo de África, eso sí, es ya otra cosa, proque estamos hablando en cierto modo de alienación provocada, si me permiten utilizar los viejos términos.
El señor que escribe en último lugar pone el dedo en la llaga al hablar de «adicción». La cocacola es un producto pelogroso, que tiene en su haber muchas úlceras de estómago, mucho insomnio, mucho desequilibrio y, además, es el disfraz perfecto para la ingesta de alcoholes duros. Todo eso queda fuera de la columna de hoy y me agradaría que, en otra ocasión que se le presente, jagm se ocupe de ello tanto si está conforme con mi criterio como si no lo está.
Interesante tema y coments de los contertulios. Me aterran datos semejantes en donde queda al descubierto nuestro sentido borregil y nuestra inmensa estupidez. Habiendo buen vino en todos los continentes y bebiendo Coca Cola! Ya me dirán!
Besos a todos.
Al hilo de lo expuesto por el anfitrión me permito traer a colación un par de películas:
B. Wilder «Un dos Tres» es una estupenda comedia que sin duda conocerán, acerca de lo que ocurre al director de la división de cocacola radicada en Berlín en plena guerra fría. No sólo los africanos se pirran por el refresco de marras.
Y por supuesto, qué decir de «Los dioses deben estar locos»: un envase de cocacola arrojado por un tripulante de avioneta sobre el desierto de Kalahari provoca la bronca entre pacíficos bosquimanos.
Un saludo
Do Rafa trae a colación la hilarante película en que los bosquimanos o los que fueran divinizan la cocacola. Podemos estar de aceurdo en es que aequella fue una metáfora insuperable.