No he olvidado el revuelo que alguna vez se organizó en torno a un artículo de Ignacio Camacho sobre no sé qué entripado castrense a propósito del cual a Ignacio no se le ocurrió nada mejor que decir, como quien añora algo grande y perdido, que ya no había mílites bragados como los de antes que se volaban la cabeza con su propio revolver pasa salvar su dignidad en apuros. Lo he recordó en el veinte aniversario del pistoletazo con que el “premier” francés, Pierre Bérégovoy, enjugó sus cuitas y se quitó de en medio en un descuido de su escolta. A Bérégovoy lo habían puesto en la picota los cachondos de “ Le Canard enchainé” al revelar años antes que, cuando era diputado, se había beneficiado de un crédito sin intereses para comprarse un apartamento en París, y ya ven, por una causa que a la mayoría de nosotros seguro que hoy nos resulta venial, quien fuera primer ministro de Mitterand se perdió voluntariamente por un cañaveral y se voló la cabeza con mano firme. Todavía quedan ejemplares de esa fauna rara que Ignacio –que tiene un ramalazo romántico que ni Larra– echaba de menos entre nosotros, este país de cabreros pragmáticos en el que todo el mundo se pica mucho del honor pero nadie devuelve un duro robado ni mucho menos desenfunda su arma para lavar su honra con su propia sangre. Recuerden el silencio martirial de nuestros espadones del 20-M, la discreción del general Armada, refugiado en su bosque de camelias, el soberbio reconcomio de Milans o los desplantes chuscos de Tejero: el honor español es más bravata que otra cosa. Un tipo como Bérégovoy, capaz de descerrajarse un tiro en la sien por un quítame allá ese crédito, aquí no se concibe siquiera. En eso estoy de acuerdo con Camacho.
Lo nuestro es el barroco en bruto, nuestra nueva Edad Media, y en ese paisaje, leyendas aparte, no caben más héroes que los forzosos. Bérégovoy, aquí, probablemente, no hubiera pisado siquiera Alcalá-Meco. Y aunque a mí no me parece que el suicidio sea un detergente de la honra sino un simple desajuste emocional, me sigue emocionando, como hace ahora veinte años, ese primer ministro que lo tenía todo, autoinmolándose discretamente por no poder resistir el oprobio de una acusación de agio que entre nosotros no daría más que para un par de titulares. Hace mucho que el espejo de Larra se hizo añicos, para qué vamos a engañarnos, listo para reflejar una miríada de rostros hampones con el sello inconfundible de la postmodernidad.
Creo que don JA toca un tema que domina. El suicidio es algo más que un a cuestión de honor o un impulso que lleva al punto final. Han de darse unas circunstancias coincidentes bastante conocidas y desde luego, significa un acto que exige una entereza y decisión que no es moneda común en nuestros próceres.
Aquí lo que no hay es vergüenza. Ya me dirán por qué se habrían de suicidar los ladrones.
El arranque del segundo párrafo es antológico, ¡qué gran verdad! También tengo que mostrarme de acuerdo con la dureza (paradójica) de don Clemente.
El suicidio fue un remedio desesperado contra la deshonra. Hoy, y desde hace mucho tiempo, ya no lo es, cosa que no es de lamentar, claro, como lo es que no haya medios establecidos para recuperar las fortunas robadas por la garduña política.
Lo del suicidio por honor no era más que doble error, doble barbaridad, y es verdad que fue un gesto acreditado en lo militar durante mucho tiempo. También los iberos se suicidaban cuando moría el jefe («devotio ibérica»). Vayan a pedirle hoy eso a esta caterva.
Qué raro que don ja no haya dicho nada sobre Andreotti, que Dios tenga en su gloria, porque era un personaje que recuerdo que le interesaba y le irritaba mucho hace años. Todavía no es tarde para que lo diga, supongo.
Un caso como el de Bérégovoy es aquí impensable. Está muy bien traído el ejemplo de los espadones del 23F.
Yo creo que tanto Camacho en aquella ocasión como ahora jagm no reivindican tan bárbara costumbre, sino que ironizan sobre la pérdida del sentido del honor, palpable en estos tiempos. La deshonra no se limpia con más violencia, sino con un arrepentimiento verdadero y, si es posible, con la reparación del daño causado.
Me parece muy oportuno el comentario de Don Cura de Pueblo. No puedo entrar en la mente de la persona que recurre a tirar por la calle de en medio pero entiendo que debe ser duro afrentar con lo hecho y tratar, en lo posible, de reparar el daño.
Como ocurre con los accidentes aéreos, creo que el suicidio sea algo que obedezca a una sola causa.
¿Se le ha quedado rezagado un «no», mi don Rafa?
Honra, honor perdido…, todo eso es pasado, nuestra hora es, en efecto, la fortuna sin seso (con ese, no es errata), la ocasión para el oportunismo, uno de esos «tournant» de la Historia en que el Sistema da un salto felino sobre el cuello del Individuo. ¿Cabe ahí toda esa ideología de la honra, amigos casineros? MI pregunta es retórica, ni que decir tiene.
Afirmativo, mi don Epi: un despistillo que deja la frase sin sentido.