El lateral del Barça, Dani Alves, ha dado en lección de humor, es decir, de inteligencia, a los racistas “retrasados” que menudean por todos los estadios españoles. A Alves le han tirado una banana cuando se disponía a lanzar un córner y Alves, ni corto ni perezoso, la ha recogido del césped y se la ha comido antes de poner el balón en juego, un gesto que pulveriza la intención del injuriante al que, en términos genéricos, ha calificado luego ante las cámaras de “retrasado”. Es curiosa esta esquizofrenia de la hinchada radical que se pirra por sus propios jugadores de color mientras el juego va viento en popa pero se revuelve contra ellos en cuanto sus actuaciones la disgustan, y más curiosa todavía si se repara en el incremento vertiginoso de jugadores no arios en el primer nivel de todas las ligas europeas, un día tal vez dominada por ellos como ya sucede en la práctica con el baloncesto y varias especialidades atléticas. El caso de la banana ilustra la indigencia no sólo moral sino intelectual de esos racistas elementales empeñados en ofender a los mismos ídolos que nuestros clubes se disputan a dentelladas millonarias en el supermercado futbolero, pero mucho me temo que sea también expresión del racismo latente pero masivo de estas sociedades nuestras tan exigentes en el plano ético como pasivas a la hora de tomar medidas drásticas contra unos miserables descerebrados, curiosamente orgullosos de su propia insignificancia. Rostand sostuvo que la raza pura pudo tal vez existir en el pasado, pero seguro que no existe en el presente. Esos injuriados jugadores negros tendría que devolver a la grada esas bananas de oprobio.
Da grima contemplar esas hinchadas lanzándoles “uh, uh” a los jugadores, como instaladas en una superioridad étnica que resulta a todas luces ridícula por parte del hincha que a buen seguro envidia a los mismos que trata de escarnecer, por lo general jóvenes triunfadores, millonarios y famosos. Pero da más pena aún convencerse de que la hondura alcanzadas por las raíces racistas pudre en su meollo a una convivencia que, por otra parte, se ve más forzada al igualitarismo por una pluralidad de razas más sensible cada día que pasa, no sólo en el ámbito deportivo sino en plena calle. La imagen de Alves comiéndose la banana ofensiva constituye toda una lección que acaso el hincha imbécil no alcance a comprender pero que resulta moralmente magnífica.
La masa, mi querido don JA, la masa. La que convierte a la ídem encefálica de los descerebrados en purititas gachas ausentes de neuronas. La que alberga en el anonimato al racista, que sus corifeos más próximos darán coartada. Y le reirán la gracia. No olvidemos que, patrocinados por los mafiosillos que dirigen los clubes, cada uno de estos cuenta con grupos, que no grupúsculos, fascistoides bien organizados a los que miman y jalean.
Hay quien dice que el público taurino iba en su día a regocijarse con el número de caballos desventrados o a contemplar cómo la alimaña se llevaba en los cuernos la vida de un torero. Hoy dicen los jóvenes que si tras una noche de alcohol y sustancias no hay una buena pelea, es noche incompleta. También hay quien va al fúrbo con la esperanza de contemplar una buena tangana en el campo o en la grada. El niñato inglés que liquida a su profe española sexagenaria es adicto a los videojuegos de violencia extrema. Es lo que hay.
Efectivamente, un gesto de inteligencia por parte de ese jugador, un desprecio soberbio a la indigencia mental del «ario» que trataba de insultarlos. Suscribo enteramente lo que ha dicho el anterior comunicante, siempre lúcido y brillante en sus comentarios, pero hoy, además, justiciero.
El racismo inconfeso, ¡qué pecado más general, camaradas! El jugador en cuestión demostró una serenidad e inteligencia grande, y la Justicia, pues me entero por casualidad de que el «lanzador» ha sido detenido, debería imponerle una sanción proporcionada pero nada simbólica. Por ejemplo, prohibirle la entrada en un estadio de por vida.
No se enteran de que el futuro del deporte es de la raza negra, aunque de momento paguen ya fortunas por algunos negritos. No se preocupen porque todo llegará.