Pocas cosas pueden sorprendernos ya en la actual situación universitaria pero es probable que el escrache contra la Presidente de la Comunidad de Madrid perpetrado esta semana en la Complutense haya elevado el indigno listón a una cota difícilmente superable. Los escraches –ese invento argentino, tan propiamente tardoperonista—no son una novedad en nuestra vida pública ni, por supuesto, en el ámbito universitario, desde que el populismo izquierdista no sólo se instaló en nuestras instituciones hasta controlar el poder. Si apenas trascendió en su día algo tan fenomenal como la imagen de una vicepresidenta del Gobierno acosada a las puertas de su casa, resulta lógico que el acoso a una delegada del Gobierno resistiera aún menos en titulares o que varias televisiones sintonizaran con el largo y nutrido asedio perpetrado contra Rita Barberá ante su domicilio. Que la estrategia del escrache en España ha sido un instrumento original y exclusivo del populismo podemita lo demuestra la presencia activa de sus dirigentes en los escenarios de la violencia y la canallesca metáfora del “jarabe democrático” que han utilizado para justificarla tanto Iglesias y su señora como Errejón o Echenique.
Junto a las persecuciones domiciliarias, el escrache invadió pronto la Universidad, donde los citados y sus afines negaron el derecho a exponer sus ideas, lo mismo a Rosa Díez en la Complutense (de lo que se ocuparon personalmente Iglesias y Errejón) que a Cayetana Álvarez de Toledo en la Autónoma de Barcelona, recuperando las peores prácticas de la rebeldía universitaria de los años 70, cuando eclosionó el huevo de la serpiente para escenificar aquellos “juicios críticos” incluso a profesores eminentes, dirigidos por una estudiantina radical curiosamente “integrada” luego en el “sistema” en no pocos casos.
Nada nuevo, pues, salvo que si entonces la inseguridad o el miedo excusaban la crítica a semejantes desmanes, hoy la justifican en público desde un agitador profesional como Errejón a ese ministro de Universidades que padecemos y que ve “normales” unas persecuciones que yugulan la libertad imprscindible en la vida universitaria.
Sólo en dos ocasiones se escrachó a líderes “progresistas”, una a Felipe González y otra a Iglesias. A éste, unos energúmenos que se veían a sí mismos a la izquierda de su izquierda, le llamaron nada menos que “vendeobreros”. Visto lo visto, no me parece que sea necesario explicar los motivos.