Los abogados matrimonialistas saben mucho del uso canalla que tantas veces se hace de los hijos por parte de los padres desavenidos. Los hijos se convierten en armas en el marco de la batalla conyugal, en no pocas ocasiones hasta alcanzar un clima irrespirable en el que apestan los peores crímenes. En el 92 se representó en Holliwood la primera parte del presunto abuso por parte de Woody Allen de la hija adoptiva que compartía con Mia Farrow pero el escándalo no dio demasiado de sí, una vez agotado el inevitable morbo inicial, pero ahora, cuando la niña no cumple ya los 28 años, se repite la repugnante historia al filo de una carta abierta que la presunta abusada Dylan Farrow ha publicado nada menos que en el New York Times y, de rebote, en la flor y la nata de los periódicos de ambas orillas, desde el Washington Post al Guardian pasando por Libération. No imagino cómo puede un padre defenderse de una acusación por hechos ocurridos hace tanto tiempo, del mismo modo que, en modo alguno, dudo de las palabras de la hija ofendida que vuelve a la carga tras veintiún años de silencio, pero tampoco voy a disimular mi extrañeza e incomodidad ante la gravedad de estas trifulcas conyugales en las que la experiencia nos dice que, con tanta frecuencia, se traspasan los límites de la prudencia más elemental. Porque, a ver, ¿qué puede alegar Allen en su defensa a estas alturas que no alegara ya hace más de cuatro lustros o que pruebas podrá ser capaz de aportar la denunciante? Si se trata de armar la tremolina, por supuesto, la acusación de Dylan gana la partida de antemano pero dudo de que logre convencernos con su alegato victimario. Decía lord Byron en su “Don Juan” que el matrimonio deriva del amor como el vinagre del vino y en verdad que, aun no compartiendo esta opinión viene como anillo al dedo en muchas y tristes ocasiones.
Pasará este incidente, como pasó el anterior, y acaso en el futuro todavía alguna mano remueva las cenizas de sus miserias, pero resulta claro que, de la misma manera que habría que sancionar con máxima dureza los abusos entre los cónyuges, habría también que condenar sus venganzas y, en especial, la utilización de los hijos como armas para batir al cónyuge en discordia. Nadie podrá ya retirar esa sombra sobre la figura de Woody Allen a pesar de que nadie haya probado esos hechos repugnantes. El mal ya está hecho, que acaso es de lo que se trataba, para diversión de ese Leviatán obsceno que es la Opinión.
Una acusación rara, tantos años después… ¿Otra embestida de la Mia Farrow? ¿O será cierta la historia? Pero, entonces, ¿por qué callar durante decenios? Allen no me cae bien, lo admito, pero me cuesta creer en esta acusación.
Todo muy raro, muy sospechoso. La mano resentida de la mujer engañada, Mia Farow, parece insinuarse. Nunca lo sabremos, pero ¡pobre Woody Allen si es que, en realidad, toda esta mierda no es más que un montaje.
Deberían ser sancionadas las denuncias no probadas, sea quien sea el cónyuge. Porque la mancha que queda en el acusado no hay quien la quite en la vida. Un arma en manos de la mujer, como en las del hombre hay otras. La pareja se está convirtiendo en un conflicto. ¿Qué es lo que va mal en esta civilización?
En efecto, este asunto huele mal, aparte de que extraña sobremanera que vuelva a salir as la luz pública veintitantos años después de la anterior intentona. Allen es un hombre problemático, según parece, pero buena parte de la prensa y los observadores americanos han dudado del equilibrio personal de Mia Farrow.
Son pláticas de familia, de las que nunca hice caso, como dice el Burlador. Eso sí, me parece atinado el enfoque crítico de gm así como varios de los comentarios anteriores. Usar a los hijos como armas es delito casi insuperable. Y en el caso presente, esta es ya la segundo ocasión.
No nos creemos esa historia. Muy «a lo Farrow», esa loca incapaz de perdonar la pifia y el éxito de su exmarido. Estas cosas son repugnantes y tienen no poca culpa los medios -.-algunos tan importantes– por darles audiencia.
No se ha nombrado que la niña presuntamente agredida era adoptada por la Farrow, igual que Soon-Yi, que mantenía relaciones sexuales con Allen mientras la actriz y Allen vivían juntos y luego se ha casado con ella.
La primera acusación, cuando la niña tenía siete años, formaba parte de una dura batalla legal en la separación y por los hijos. Un perfecto cacao. Niños arrojados como cerbatanas.
¿Por qué la Farrow repite? Farrow es embajadora de buena voluntad de UNICEF. ¿Busca notoriedad? Estoy con mi don Pangloss: desequilibrada.