La población del pueblo natal de Videla se ha negado en peso a que su cuerpo sea enterrado en aquel, Mercedes, a unos cien kilómetros al norte de Buenos Aires. No quieren que con esa tumba se reproduzca el fenómeno ya ocurrido en Irak ante la tumba de Sadan Husein o en Ramala ante la de Yaser Arafat, es decir, que se convierta en lugar de peregrinación de los fundamentalistas inasequibles al desaliento, o como en Predapio, en una atracción turística que no baja de cien mil visitas al año hasta el enterramiento de Mussolini. En el Valle de los Caídos, en Cuelgamuros, se registra un frecuente trajín de visitantes que quieren ver la pesada losa que cubre los restos de Franco, hasta el punto que no han faltado exigencias de desalojo por parte de los fundamentalistas del otro bando, que también los hay, lo mismo que en El Escorial ronda diariamente el turisteo deseoso de conocer el mausoleo de los reyes fundado por Felipe II. En Rabat un suntuoso mausoleo acoge frente al mar las cenizas de Mohamed V y de su padre, bajo el sugerente marfil blanco y la plegaria rumorosa e incesante del clérigo de guardia. Yo mismo he visto en La Recoleta de Buenos Aires el panteoncito familiar de Evita, finalmente rescatada de los necrófilos, y en el que campea el discutido lema “Volveré y seré legiones”, y siempre que contemplo en Los Inválidos la tumba de pórfido encarnado de Napoleón se me pone por delante la imagen gris de Hitler rindiendo tributo a quien tal vez le inspiró su pesadilla imperialista. Videla no tendrá mausoleo, de momento, y quizá pueda verse en ello un acto de justicia de la Historia tratándose de quien privó a tantas víctimas de tener el suyo al arrojarlas desde el aire, parece que incluso vivas, al Río de la Plata. Una leyenda rica y misteriosa ha hecho que nunca se haya sabido dónde reposa el cuerpo del héroe Alejandro, otra oscura y miserable se anda tejiendo en torno a ese sátrapa inclemente que se ha llevado al otro barrio su museo memorístico de horrores. Parece lo justo.
No sé qué acabará ocurriendo al final de esta historia, ni si la gente de Mercedes cederá al cabo y abrirá el cementerio al tirano. Sin honores militares, sin liturgias ni honras fúnebres. Sábato decía de él que, visto de cerca, era un hombre “vulgar y estremecedor”. A quien tuvo en sus manos vidas y haciendas sus paisanos le niegan un nicho. Hasta Hannah Arendt sabía que, a veces, sólo a veces, la vida tiene reservada al Mal la horma de su zapato.
Buena noticia, aunque sea simbólica. So Ortíz viviera y Albiac nos honrara todavía con su presencia en el periódico, dirían que lástima que no le pegaron en su momento cuatro tiros en la barriga.
El colmo es cuando a los dictadores le hacen una Basílica, y nosotros sabemos algo de eso. Alguien ha dicho que lo lancen al mar como hacía él con sus víctimas. No es mala idea.