Tomo prestado al marqués de Salvatierra el aguzado título con que supo encabezar su discurso de ingreso en nuestra Real Academia de Buenas Letras: «Heredar el mérito». Lo hago entre la admiración y mi distancia ideológica de una concepción de la sociedad muy diferente a la suya pero, en todo caso, valiosísima a la hora de entender el papel de la aristocracia, pues como me dijo alguna vez Tuñón de Lara en su casa de Pau, «la ideología no cabe en la Historia…, pero sí cabe». Qué más da. Yo escribo hoy desde la emoción estas páginas con el recuerdo de la fallecida Duquesa de Medinaceli, Doña María Victoria Fernández de Córdoba, una mujer de perfil extraordinario, culta, llana, fiel a sus principios y adornada sin excepción de esa cualidades que se le exigen a la almas grandes. ¿Heredar el mérito? Al excelente título de Rafael Atienza, yo propondría corresponderle con otro, encerrado en la logomaquia, «merecer el mérito», esto es, hacerse digno de una excepcionalidad heredada por el esfuerzo y la virtud propia, que es lo que yo he comprobado durante años ante esa figura excepcional que fue esta duquesa casi secreta, que lo mismo se desvivió por los hambrientos de la postguerra que supo vincular su patrimonio –hasta donde le permitió la ley– en una Fundación Ducal que ponía a salvo de cualquier arbitrariedad un patrimonio artístico e histórico inigualable, vinculando en él de por vida lo mismo la sevillana Casa de Pilatos que el valleinclanesco Pazo de Oca, o el Hospital Tavera de Toledo, hoy sede del Archivo Histórico Nacional por decisión suya y de quien ha sido durante todos estos años su hijo entrañable y mejor consejero, Ignacio Medina, duque de Segorbe. El mérito se hereda, vale, pero ante todo, «se merece».
La extinta Duquesa, «Mimi» para su círculo íntimo, ha sabido salvar de la quema un patrimonio colosal involucrando en su conservación e integridad a la Real Academia de la Historia y al Museo del Prado, y dejando en manos de su hijo Ignacio una difícil gest ión de un patrimonio que hace solo unos días asombraba al mundo en Florencia recuperando restaurado al «Sanjuanito» de Miguel Ángel destrozado durante la guerra civil. ¡Claro que se puede heredar el mérito! Como doña Victoria, entrañable «Mimi», culta, curiosa, políglota y zumbona, pero fiel siempre a sus valores. Ella ha salvado del riesgo y de la incuria a un fabuloso patrimonio. A eso le llamo yo «merecer el mérito».