Es probable que ningún periodo de la actual democracia haya manipulado el lenguaje como el actual. En el bochornoso episodio en el que la ministra Margarita Robles trataba de embolismarnos, en la despedida de la jefa de los servicios secretos, extremando el nominalismo hasta el extremo de llamar “sustitución” a una vulgar y trapera “destitución”, culmina, de momento, este occanismo de recuelo según el cual son las palabras y no los hechos las que propia y únicamente constituyen la realidad. Ni Demócrito ni Stuart Mill habrían osado recurrir al cínico regate oral con el que Robles ha tratado se zafarse, esperemos que sin éxito, de la penúltima trapisonda sanchista.
Arruina así doña Margarita con una sola palabra el prestigio que venía agenciándose últimamente como fontanera de su gobiernillo encargada de simular firmeza ante la desvarío podemita, un prestigio que permitía ya –al menos a algunos ingenuos—vaticinarle un futuro político propio en el inevitable post-sanchismo. ¡Tan flaca es la memoria colectiva! Porque para cualquiera que conserve una mediana retentiva, esta Robles reciclada no es otra que la que conocimos en los dudosos –y lamentables—tiempos del biministro Belloch, en cuyo montaje político actúo como firmeza, como tal número 2 y mano derecha, en asuntos tan vidriosos e incluso repugnantes como los surgidos en torno al policía terrorista Amedo, a un cleptómano como Roldán o a un coronel (y luego general) Galindo centro de la ominosa trama en la que, tras ser largamente torturados, perecieron los etarras Lasa y Zabala.
La destreza nominalista de Robles quedó sobradamente demostrada en los años de plomo en que actuó el GAL gonzalista, sobrevolando sobre aquella “guerra sucia” con el desparpajo singular que culminó con su famosa declaración connivente en la que, tras mostrarse adversaria frontal de aquella infamia de Estado, dejó caer, como la que no quiere la cosa, que, bueno, que sí, que eso era intolerable pero que había que había que ser considerado y comprensivo con la manga ancha que lo consintió desde el Gobierno durante “los años 83 y 84” teniendo en cuenta la presión vivida por la autoridad legítima en aquella negra época en la que los asesinados por ETA se contaban por cientos…
Fiel a Belloch y fiel Sánchez: ¿es ésa condición compatible con la nueva imagen de la Robles rival de Belarra o, por el contrario, resulta más bien probatoria de un talante oportunista, altamente pragmático y, llegado el caso, tolerante hasta la “comprensión” de la confabulación y la intriga? Olvidar que en el pasado de Robles, junto a sus reconocidos méritos y astucias, planea implacable la sombre del famoso Capitán Khan que nunca existió –el estereotipo quizá insuperable de los timos y tejemanejes políticos—no es sino renunciar a la memoria y cerrar voluntariamente los ojos. Claro que, como se ve, no hay connivencia posible sin el concurso de la opinión pública. Ésa puede que sea la razón última de la viabilidad del sanchismo.