Con las ascuas de la polémica sobre la legalización por las bravas del transexualismo aún vivas, nos llega el cuento de que el andrógino de Robert Wagner tal vez no lo tuvo claro entre el nibelungo y la valquiria. Es bien sabido que el ilustre compositor estuvo casado y bien casado, pero una carta suya –fechada en 1874 y conservada por un coleccionista, que acaba de divulgar ‘The Guardian’ haciendo hilo con una noticia del devoto ‘The Wagner Journal’– probaría que el maestro que estremeció a varias generaciones con su trompetería y se asomó alguna vez a las barricadas revolucionarias, encargaba a un costurero italiano ropa interior para su uso personal. Es verdad que siempre se contó la leyenda de que, antes de esa fecha, Wagner habría salido de Viena disfrazado de mujer huyendo de sus numerosos acreedores, pero hasta conocerse esta carta inédita nadie habría osado sacar de madre esa anécdota y menos, por descontado, relacionarla con una presunta afición del compositor al travestismo que, después de todo, entroncaría con la tradición inmemorial que mete en ese saco divino y humano lo mismo a Aquiles y a Penteo pasando por el astuto Ulises, que a la “Monja Alférez” que asombró a la España del XVI con sus hazañas bélicas y su fobia a la higiene, la presunta “papisa Juana” o –aunque esto no lo repitan en Francia, por favor– tal vez la mismísima Jean d’ Arc, sobre la que Michelet extendió con mano delicada tan tupido velo. Uno de los libros más curiosos que tengo leídos son las ‘Memorias” de aquel abate Choisy que escribió una historia de la Iglesia, se arruinó en un garito veneciano y murió con el camisón puesto, ya octogenario y contumaz. También me sedujo siempre el cuento del caballero de Beaumont, espía y milico ‘ilustrado’ que sirvió a dos reyes sin quitarse las enaguas. Georges Sand paseando por París vestida “a lo garzón” –esa leyenda romántica que dicen que mortificaba a Chopin– resulta una broma comparada con las aventuras que Edgar Hoover, todo un jefe del FBI ante el que uno tras otro entregaban la cuchara los todopoderosos presidentes, corría sobre sus tacones de aguja no pocas noches desdoblado en bujarrón nocturno. No hay que darle vueltas: donde menos se piensa, salta la liebre.
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Nadie debe sacar conclusiones precipitadas de ese hecho tan repetido, en cualquier caso. Enredando por las librerías parisinas, precisamente, me encontré alguna vez un intrigante ensayo de Pierre Vachet, que lamento no tener a mano, pero que recuerdo que sostenía la tesis de que esa pasión por las inversiones indumentarias no tiene traducción sexual segura, toda vez que la experiencia –la de Vachet, se entiende– demostraría que la mayoría de los travestidos, a pesar de ejemplos tan señeros como el de Aquiles o Hoover, son heteros de pleno derecho y entera dedicación. Vachet titulaba su obra, en todo caso, “Psicología del vicio”, creo recordar, lo que no deja de implicar, a mi modo de ver, una inquietante sugerencia. La verdad, no alcanzo a imaginarme al autor de “El crepúsculo de los dioses” apretándose el corsé ni al padre de “Sigfrido” contemplándose en el espejo las enaguas italianas, pero la sindéresis me dice que, al paso que va la burra, lo más sensato es empezar a pensar que rarezas semejantes a lo mejor no lo son tanto. Los mismos wagnerianos del ‘Journal’ no han publicado esa misiva movidos por un prurito debelador sino con la naturalidad de quien, además de ir con la corriente de los tiempos, concede al genio patente de corso para hacer de su capa un sayo o de su viril esclavina una camisita con su canesú. Igual se quedó el monstruo encasquillado entre “Tristán e Isolda”, quién sabe, pero, con la que está cayendo, la historieta wagneriana de la seda y el satén va a dar más bien poco juego en medio de esta corrala en la que da poco más o menos despellejar a Wagner que al padre de Jesulín.
El artículo de hoy muy gracioso, al contrario del de ayer, tan grave y desmoralizante (¿Se dice?) Vamos, un respiro. Me imagino la cara de ciertos incondicionales wagnerianos ante un maestro en enaguas y frufrues.
Yo no veo mal ninguno en cambiar de sexo aparentemente. Debe ser divertido y hasta excitante ver como la gente se equivoca y te toma por quien no eres. Me parece a mí que los antiguos, con el carnaval, habían intuido que aquello podía ser bueno para ciertos seres, que permitia satisfacer sin peligros la parte dual que hay en cada uno de nosotros. Con sabiduría toleraban nichos de «anormalidad», y de «excesos». ¿Había menos enfermo mental entonces ? Quien sabe, pero lo que sí creo es que ser «politicamente correcto» es definitivamente malo para la salud: te encajona, te corta las alas, te castra.
La cuestión, madame, no es que se travistan para que se les tome por quien no son, sino que ELLOS SE CONSIDERAN QUIENES NO SON. Considere usted la norma legal que acaba de darse y a la que jagm alude al comienzo: sólo con solicitarlo alegando «disforia» (esto es, «disgusto»: literalmente) cualquier ciudadano varón o hembra puede exigir su inscri`pción en el Registro Civil como perteneciente al sexo contrario. Es decir, que han lagalizado la falsificación de una declaraicón pública que tanto tiene que ver con la seguridad jurídica. No se trata, madame, de una broma sobre la libertad incuestionable de cualquiera para el juego indumentario, sinbo de asuntos mucho más trascendentes.
No se pierdan los ejemplos que ofrece gm. Nunca imaginé que el travsetismo fuera algo tan «clásico» y eso que me gano la vida con esas filologías.
Divertido. Instructivo. Nunca lo hubiera imaginado de Wagner, pero no seré yo quién me meta con otro por vestir faldas tras pasarme media vida con sotana. LOs ejemplos, efectivamente, bien buscados y brillantes. El de Edgar Hoover, extraordinario. Parece mentira lo que ese hombre sabría para tener más poder que los Presidentes, teniendo en cuenta que éstos sabrían también lo de sus «tacones de aguja». Divertidísimo.
¿Fue Aquiles o fue Apolo, ilustre helenista?
Fue Aquiles, hombre, no sea bárbaro. SE le nota a la legua las ganas de malmeter y zaherir. ¡En buena parte fue a poner la era!
Tengo una curiosidad: ¿dónde guarda los libros, jefe? Me imagino los pleitos familiares que habrá tenido cada vez que en sus viajes se presente en el hotel cargado de tomos comprados aquí y allá, pero me pregunto, sobre todo, teniendo en cuenta el detalle y la precisiónde sus citas, cómo se las arregla para almacenar tanto volumen. ¿Tiene una mansión de las antiguas? Si es así, no sabe cómo le envidio. Si no, también.
No suelo participar, pero sigo de cerca la opinión de ustedes, de acuerdo con la maypría, debo decirlo claramante, y encantado con las columnas de gm y los comentarios de Doña Epi, don Griyo, el señor Ropón o el señor cura, entre otros. Hoy quería `resentrame solamente y anotar mi interés por columnas como ésta que nos proporcionan instrucción además de divertimento. Muchas gracais a todos.
La liebre, señor, la liebre, eso me ha encantado, créame. En mi país arreglan esas pulsiones de la forma que ustedes saben, aunque algunas veces se ha murmurado de algún «barbudo»…, ya saben, en todas partes cuecen habas.
Personalmente no me creo la historieta de don Roberto el de las walquirias, pero estamos de acuerdo en que el asunto es tan antiguo como demuestra la extraordinaria cultura (y memoria) de nuestro amigo y menor cibernético. También me he reído mucho con los magníficos y cultos ejemplos.
El travestismo es acá frecuente, lo que es normal en un país desquiciado y lleno de psiquiatras además, y no me parece tan grave pensando en que también aquí es frecuente la necrofilia, e incluso se ha hablado de necrofilia a nivel nacional. Boludeces, queridos, pero no me digan que don josian no ha retratado con humor al héroe de las grandes patillas en la intimidad. No se trata tanto de creer o no –señor Ramiro– sino de comprender el alcance de esa «parte dual» de que habla doña Marta Sicard y el jefe amado suele mencionar como andrógino. Muá, querido, y muá a todos.
Joder, jefe, yo no se mu bien quien ese ese tío pero si se vestía de hembra sería por algo, no?? Con mis coleguitas hemos hecho el pacto de no darle caña a algún amiguete por esa cosa de mariquita, pero algunas veces le digo de verdad que no me entra en el coco este lio, con tanto mariconeo por todas partes.
Acudo a la cita con prisas, de viaje, de manera que sólo demoraré lo justo para decirles que me ha divertido mucho el asunto Wagner. He buscado por encima y veo que, efectivamente, varios periódicos de aquí tocan el tema o lo tratan.
En mi capital, que el jefe conoce, hasta hubo un gobernador que echaron por vestirse de gitana y salir al balcón en plena juerga. Eran los años de plomo, jefe, ya sabe, y al pobre lo guillotinaron políticamente por lo mismo que hoy encumbran a Zerolo, pongo por caso.
Es que hay diferencias entre quienes usted alude y un colectivo socialista. El que me pareec un poco salvaje es usted señor Beturia, por esa comparación de mal gusto.
Tranqui, Sociata., hijo que nadie te va a quitar el pan y la nómina. No he dicho más que la realidad: que lo que antes era objeto de repulsa social hoy no sólo es admitido –lo que acepto y aplaudo– sino que es «mérito» para que un tío/a/oloquesea haga carerra y, ay, eso ya no, ¿me comprende, compañero?
Un día sin doña Epi es como un jardín son flores. Y seguro que ella usa refajo, en eso no admito bromas.
(Gracias, mi doña Barbarita, por el buen recuerdo). Y servidora no usa refajo ya, pero sí que usé, allá en la juventud, toallitas de felpa -roja- en lo más sagrado de mi intimidad los días difíciles del menstruo. (¿Desde cuando abuelita no …? Uuuuhhhhh).
En este desaforado país, como bien sabe mi don Páter o se va detrás del cura con un cirio o con un garrote. Con lo del tercer sexo pues más o menos lo mismo: igual se les corre por la plaza, que se hace casi obligatorio que se le desmaye la mano a cualquiera. Ni don Juan ni Juanillo. La santa ecuanimidad, que tal vez diría san Josemaría, tan machista él.
Hasta en eso lo tenemos más crudo las hembras. Si un gachó mece los ojos y sonríe picarón al primer macho que considera bizcochable, la mujer que prefiere hozar en su mismo rodal recibe todo tipo de improperios despreciativos: que si chupalmejas, que qué mal rollo, el bollo y otras lindezas.
Disculpen pero me deslizo. Estábamos con lo del puro travestismo. Pues que tan antiguo como el mundo, no hay más que anotar lo que queda dicho ahí más arriba. Aún están recientes los días de carnestolendas y de mi infancia recuerdo que las pobres mascaritas recurrían al travestismo casi como única forma de disfraz. Un tipo con barba azulada se pintaba los morros y se daba colorete, se ajustaba una bata de su hermana, hacía voz de falsete y eso era todo. Las mozas, se dibujaban unas patillas y un bigote, se ceñían en unos pantalones, cosa que entonces solo hacían las cuadrillas de la aceituna, se plantaban un sombrero y empuñaban un puro, que podía ser de palo.
¿Disforia? ¿Disconfort con la propia entrepierna? Mi abuela hacía una clasificación que casi vale todavía: los hay que lo son y no lo parecen; que lo parecen y no lo son; que lo son y lo parecen y la recua de los casados que buscan por las umbrías un badajo para tocar la campana.
Jefe: un millón de gracias por distender el ambiente tan espeso que nos invade. Cobloggeros: sólo el humor podrá salvarnos.
Totalmente de acuerdo con todo lo que nos acaba de decir, doña Epi., …y más aun con la última frase.
Dis-foria vs. eu-foria, ¡Se creerán estos modernos que por hablar en griego sin saberlo, como el personaje de Molière, se justifican.