La guerra del agua, esto es, el viejo forcejeo entre Norte y Sur para compartir ese bien tan escaso como imprescindible, no ha encontrado tregua en este medio siglo de democracia. Los partidos han barrido para casa –¡todos!—apopados y apoyando los egoísmos baturros, convirtiendo el conflicto en un reclamo electoralista que la realidad autonómica no ha hecho más que agudizar. Ésa es la razón que mueve a la “España seca” a plantarse ante la fórmula sanchista que, una vez más, desbarata el proyecto solidario de compartir ordenadamente los caudales disponibles prefiriendo incluso que el sobrante se pierda en el mar antes que cederlo. El ingenio de Juan Benet proponía trasvasar las aguas –tantas veces devastadoras—entre el Norte lluvioso y la España seca. Pero Benet soñaba y esta patulea apenas ronca.