Guerra no es un político indestructible por gracia de la fortuna sino también por efecto de la “virtù” maquiavélica. Supo desde el principio ceder el número 1 a quien le aventajaba en el cartel electoral, superó su propio “caso” con apenas unos rasguños, ejerció de oposición interna en el gonzalismo sin poner en riesgo al partido valiéndose de una feligresía guerrista a la que nunca respaldó, supo construir y conservar su propia mitología a través de bonanzas y galernas, y ahora se desmarca del cutrerío político post-griñaniano, siempre “au-dessus de la mêlée”. Genio y figura. De Guerra se puede opinar lo que se quiera pero no regatearle el instinto político.