Al fin una voz representativa de la “situación”, la de Adriana Lastra (autodidacta, “universidad de la calle”, ya saben), ha despejado dudas en torno al vendavalillo interno del PSOE aclarando, negro sobre blanco, la razón legitimadora del sanchismo: ellos, los “novatores”, respetan a los abuelos venerados hasta antier, pero reclaman su ideal presentista: son una nueva generación y han tomado el mando con todas sus consecuencias. Es otra vez la historia de la tribu china que confinaba a sus viejos al relente para que la Madre Naturaleza rematara su tarea vital. O la leyenda de los sardos que festejaban con risas atronadoras (de ahí lo de la risa sardónica) la agonía de sus mayores forzados a autoinmolarse. ¿Acaso no es eso lo mismo que, bajo esa re-generación, ha permitido con su indolencia la infame mortandad registrada en las residencias de ancianos? No se trata ya del sacrificio del padre –para eso no hubo redaños—sino de la liquidación de los abuelos, ese obstáculo barrido sólo por el tiempo: piensen que el PSOE lo levantó uno que no cumple ya los 80.
A este brusco relevo lo clava Ignacio Camacho como “el Suressnes de Adriana” pero la historia sostiene fatalmente el principio “non bis in idem” fundado en el sugestión moral de la irrepetibilidad de los sujetos y las circunstancias, razón que avala el rumor de que los veteranos de aquel proyecto de Estado anden fraguando un improbable frente para contener la insolencia de los sobrevenidos. ¿O no es evidente que Sánchez no es González ni Ábalos es Guerra? ¿Habrían permitido estos dos abuelos que, en pocos días, un vicepresidente suyo desafiara al propio Gobierno en tres ocasiones, al alborotar la diplomacia con Marruecos, dar un vuelco a los planes migratorios del Gobierno en Canarias o “enmendar”, junto con la hez de esa rufianesca alianza que nos gobierna, los mismos y flamantes Presupuestos propios?
En cada oculta apuesta antimonárquica de Sánchez o en cada una de sus reiteradas concesiones al populismo antisistema se perfila, tal vez, un ingenuo aspirante a reencarnar la aventura de un Kerénski olvidado de la acechanza de su Lenin. El Iglesias que habla sin disimulos en América como “canciller” o el que deja en ridículo al ministro Marlaska de paso que nos enfrenta a Marruecos al apostar por su cuenta por el Polisario, no es otro que Vladimiro alentando sobre el cogote de Sánchez. En esta historia, Lastra, evidentemente, no es más que una figurante seguramente efímera, pero su presidente se juega el resto frente a un aventurero que sabe provechar con astucia la flaqueza egotista del jefe. ¿La “vieja guardia”? Bueno, a esos los saludan con cínico respeto los mismos que los echan de la aldea.