El habla del Poder contorsiona cada día más en busca de fórmulas cómodas en las que quepa lo mismo la verdad que la trola, el respeto que el desdén. Es la consecuencia de su estado comatoso y también una apreciable contribución al metalenguaje de las conveniencias. Cuando no dispone de razón ni argumento, los poderosos hablan de “efectos indeseados” o de “circunstancias sobrevenidas”, y cuando, al fin, se estrellan en el error, replican –“sostenella y no enmendalla”-, como una ministra de cuyo nombre no quiero acordarme, con un fulmíneo “no vamos a pedir perdón” y a otra cosa, mariposa. El lenguaje es el espejo de la conciencia como dicen que la cara lo es del alma. Eso explica que un desGobierno del que no se fían ni sus propios socios tenga que agarrarse al camelo como a clavo ardiente.