Publicado en El Mundo
No puedo escribir un obituario, ni una sola línea en memoria de Luis Olivencia, el joven amigo, el entusiasta, el amigo cosmopolita, compañero mercurial de mi página, en la que ha ido desgranado, semana tras semana, artículos rotundos en los que brillaba el hondo conocimiento de la cultura y de la política europea, especialmente de la alemana, tus defensas del hombre y sus derechos, tu tácita apología de la razón, que escribo así, con minúscula, porque sospecho que es como a ti te hubiera gustado verla escrita. Ni puedo ni quiero, querido Luis, conciencia derecha, prudente gracianesco, consejero inestimable. Al fin y a al cabo, ha sido poco tiempo el que se me ha concedido tu presencia, pero no tan pequeño como para que en él no cupieran el abrazo sincero, unas copas colmadas, ni unas felices coincidencias de criterio, ni algunos gestos de los que era forzoso deducir tu hombría de bien. Iba a contar…, pero no, no lo cuento, prefiero recordarte vivo, atento allí donde estés –quiero decir allí “donde estás”—a tus problemas, que alguna vez fueron los míos generosamente acogidos por ti, no quiero invocarte entre tinieblas sino a plena luz, para seguir viéndote en tu oronda sugestión austriaca, en la placidez sedante de tus ojos claros presidiendo tu juicio más sereno. ¿Estás ahí, Luis? Dime cómo encontrarte, en qué tranquila dimensión velas tu sueño de vigilias, pendiente de los tuyos, de los demás, de la vida en torno que tantas miserias conlleva, cómo engañaremos a tu buen padre para que no se nos desconsuele del todo, él que tantas veces nos ha animado con su humor clamoroso y al que imagino doblado por el dolor, querido Luis. La muerte es una sombra, un espejismo, porque yo te sé vivo, como siempre, plácido y apasionado a un tiempo, tan hecho a la mesura y a la cordialidad. No me contestes, no hace falta, a este “tuit” estirado que se me escapa del alma todavía conmovida por la extraña noticia de tu ausencia, que ya te digo que para mí es presencia y es consuelo y es la seguridad trascendente en la que ambos creo que creímos mientras nos echábamos al coleto un trago profundo de solera para que tu evocaras la afición a la cerveza, esa fijación tuya, tan tudesca, y tan sevillana, mientras me hablabas del ventarrón de Tarifa o de los atardeceres de la montaña europea. Te voy a echar de menos, con todo y tenerte tan presente, sobre todo los miércoles, cuando mire mi propia página y extrañe la ausencia de tus iluminaciones sobre Europa, tus cuitas sobre España y hasta tu entrañable disgusto por Andalucía. Querido Luis, hasta luego. El miércoles, me lo temo, buscaré en mi página tu artículo brillante, tus debelaciones de la Merkel o tus avisos sobre el futuro xenófobo de la pobre Europa, y encontraré tu rastro, ¡vaya si lo encontraré!, aunque me cueste alguna lágrima y el sobreesfuerzo de ponerme de pie y seguir adelante, siempre adelante, que es lo que tu hubieras querido.
Me he quedado desagradablemente sorprendido con la noticia de la muerte de Luis, con quien coincidí en reuniones un par de años, por absolutamente inesperada para mí. Hacía bastante tiempo que no lo veía, pero nunca olvidé su carácter afable y su sonrisa cautivadora. Descanse en paz del sufrimiento que ha tenido que padecer antes de morir a una edad que evidentemente era demasiado temprana. Yo también lo voy a echar de menos, aunque no tuviera la suerte de conocerlo tan bien como quien escribe estas sentidas líneas, que fue en último extremo quien nos puso en contacto. Cosa que le agradezco.
…el sobreesfuerzo de ponerme de pie y seguir adelante, siempre adelante…
Siempre en pie y a seguir adelante, que la caña del timón siempre marque el barlovento. A pesar de todo.
Mi condolencia sincera ante ese dolor que le duele en el costado, mi don JA. Porque el aliento, aunque duela, es la manera de poder seguir y poder recordar e ir marcando la estela que nos orienta a tantos.
¡Qué grande hay que ser para escribir un artículo con tanto sentimiento!. Animo y seguro que tú sabrás cómo seguir disfrutando cada miércoles de ese artículo de tu amigo.
Un fuerte abrazo José Antonio.
Ahí van mis lágrimas también. Un amigo es un tesoro. Su pérdida el mayor fracaso.
No te olvides de mi –éste «vanidoso»…– cuando me vaya. Ningún recordatorio sería como el tuyo. Yo, a cambio, mediaré por tí ante la Misericordia infinita.