Camino ya de la «cremá» fallera nos llega la noticia de que un profesional de la provocación — generosamente financiado alguna vez, eso sí, por el dinero público– ha instalado en la feria de Arco un «ninot» de cuatro metros de altura que representa, ¡oh,libertad supina!, al mismísimo Rey, es decir, al jefe del Estado, y cuyo valor de salida es de 200.000 euros pero bajo la condición de que ha de arder a plazo fijo. Mucha gente ha desfilado por la feria en busca de tan insólita propuesta artística mientras su creador ha venido rechazando, al parecer, una intensa puja de coleccionistas que condicionaban la compra a la eliminación de esa cláusula incendiaria sin comprender que era el fuego purificador, y ninguna otra cosa, el que justificaba un pretendido desacato que, muy probablemente, no sería tolerado más que en esta Babia idiota. Al fin y al cabo, no hay más que prender el televisor para asomarse a la falla nacional atestada de ninots espontáneos en que se ha convertido nuestra vIda pública. ¡No me digan que no tiene trazas de falla la bancada rebelde que comparece ante el Tribunal Supremo poniendo a prueba la inconcebible paciencia del juez Marchena o la comedia bufa que representan en el Congreso y fuera de él nuestros padres y madres de la patria! Hemos llegado a un punto en que el telediario, enfoque lo que enfoque, parece un reportaje fallero en el que cuesta lo indecible encontrar un ninot que merezca ser «indultat».
¿Se toleraría en la Francia de De Gaulle la escena de un mequetrefe arrimando la tea a un ninot del General o la imagen de un bretón insurrecto tratando de ultrajar la bandera tricolor? Cualquiera puede imaginar la suerte reservada en los Estados Unidos al pavo que tuviera la ocurrencia de quemar en público la bandera de las barras y estrellas, y en el Spiker’s Corner de Hyde Park está permitida, como es bien sabido, cualquier soflama salvo que afecte a Dios o la Corona, y eso ocurre en un país –no se olvide– en el que la libertad democrática alboreaba ya cuando nosotros andábamos aún bregando con Miramamolín en las Navas de Tolosa, y no en uno, como el nuestro, en el que la libertad pública no aparece históricamente más que como excepción. Las democracias maduras soportan a payasos como Rufián sólo a título anecdótico pero jamás encontraremos entre ellas una sola que financie a cristobitas como Puigdemont una residencia de lujo a costa del contribuyente. Todo indica, una vez más, que aquí, o no llegamos o nos pasamos.
Mala cosa, vivir en una falla sin bomberos y peor si cabe carecer de memoria. Ante el ninot póstumo de Arzálluz, sin ir más lejos, se acumulan estos días mieles y elogios mientras se olvidan sus frases inolvidables . Por ejemplo, «La derrota de ETA sería mala para Euskadi». O «Unos menean el árbol y otros recogen las nueces». Jueces tiene la Historia para decidir si lo indultamos o no.