Quien se la juega el 20-N no son sólo los partidos políticos. Se la juegan también los “consultings”, la propia sociología en última instancia, que podría cosechar, según lo que al final ocurra en las urnas, un éxito rotundo o un fracaso demoledor. Hay que partir de esa desconfianza que se basa en el escepticismo lego y que los partidos, cada cual barriendo para adentro, suelen explotar por sistema, pero hay otros muchos factores que hacen cuestionar los resultados de los sondeos. La gente tiende a creer lo que apunta hacia su deseo, como es natural, pero el propio temor de no alcanzarlo la hace cuestionar el diagnóstico del sociólogo, del mismo modo que el enfermo desdichado al que le anuncian una biopsia fatal se agarra al clavo ardiendo de un posible yerro para poner en duda el acierto del experto. La industria de la sociología, por su parte, no puede negar que ha habido una larga etapa en que la prospectiva ha sido un instrumento de influenciación manejado en función de los intereses de cada uno, lo que ha contribuido no poco a su descrédito, pero también es verdad que casi se ha extinguido esa práctica hoy día para dar paso a una cuasiunanimidad relativa que habla por sí sola, aparte de que viene siendo comprobada en la mayoría de las ocasiones. Poco o nada tiene que ver la técnica actual de la encuesta con la que se utilizaba, pongamos por caso, cuando se produjo el gran fiasco de Stevenson, y no será necesario subrayar que este veloz progreso se debe, fundamentalmente, a la prodigiosa evolución de una informática que ofrece ahora al investigador posibilidades inimaginables tanto a la hora de diseñar la muestra como a la de procesar los datos. Eso de que la única encuesta que vale es la de las urnas no es más que una boutade del repertorio del perdedor, porque la opinión pública hace tiempo que va dejando de ser un arcano –para bien y para mal—a los ojos de una ciencia cada día menos inexacta y más experimentada. Por eso digo que el 20-N no sólo se la juegan los partidos (¡y los ciudadanos!) sino los profesionales de la demoscopia.
La Humanidad ha pasado de creer a pies juntilla en el vuelo de los pájaros o en el laberinto de las entrañas a desconfiar de la estadística, y eso, hay que decirlo, no supone precisamente un progreso para su estimativa. Y los políticos se han adaptado con ventaja a la nueva adivinatoria, para gobernar con sus resultados en la mano aunque después la relativicen en campaña, sencillamente, porque están convencidos de sobra de que el cuerpo social resulta cada día más trasparente y las ondas de su cerebro más controlables. Verán como el 20-N, al caer la noche, todos han acertado. Incluso los que no.
No se preocupe porque si esta vez aciertan las encuestas, la leyenda de su fracaso seguirá adelante. Ese es un tópico como el de que los médicos saben poco o el de que los medicamentos son inútiles cuando no dañinos. La ignorancia es mala pero tiene mal arreglo.
No se procupe usted por el prestigio de la sociología que lo mismo le van a pagar. Y esté seguro de que los que dicen hoy dudar sirán el domingo, cuando gane el PP, que ellos estaban convencidos de ese resultado desde hace mucho tiempo.
La gente no cree en lo que teme y cree en aquelo a lo aspora. Los sociatas dirán que no hay más encuestas que la de la urnas. Los del PP no dicen nada, mur cucos ellos. Yo creo que las encuestas se ver´ñanm referendadas en su conjunto de manera razonable. Falta poco para que lo averigüemos. Paciencia.
Aún convaleciente, no quiero ausentarme ante una columna que sé que para el cosiólogo que la escribe tiene su interés especial. Nuestro Lector tiene, en su nota anterior, toda la razón.
No sé , me parece que de cuando en cuando se cuelan un poco: quiero decir nunca han dado a Pedro genedor y ha sido Pablo , pero sí se equivocan en un porcentaje significativo, como lo llaman, generalmente con los segundos cuchillos, pero a veces, eso tiene mucha importancia.
Besos a todos.
Vuelvo a leer lo escrito y es casi incomprensible! Qué verguenza , madre!