La Justicia –su “administración” quiero decir—está permanentemente en tela de juicio. Crece la confusión pública y, en consecuencia, el descrédito de esa alta función, entorpecida hoy por factores bien diversos: no se le dan los medios adecuados, se judicializa la vida pública, día a día asoma por debajo de la puerta la patita de la intromisión del Poder en tan delicado terreno. En la estela de los ERE, destaca la imagen de la juez sustituta de Alaya, cada dos por tres recurrida por la Fiscalía a causa de sus inquietantes decisiones. ¿Nos quejaremos luego de que el gentío desconfíe de la Justicia viendo al propio presidente de la Junta contradecir en público sus –todo hay que decirlo— dudosos archivos de las interminables causas? Es triste contemplar como jueces y políticos apedrean desconcertados sus propios tejados.