Mi columna sobre el libro de Acemoglu y Peterson, «Por qué fracasan los países», no ha pasado desapercibida entre mis lectores, algunos de los cuales (dos en concreto) me recriminan no sólo mi exceso de entusiasmo sino, ya de paso, mi presunta mudanza ideológica hacia posiciones digamos más conservadoras. Admito como probable mi exceso de entusiasmo porque la lectura del libro me resultó especialmente estimulante a pesar del recelo con que la inicié por haber leído hace un año lo menos la dura descalificación de mi viejo y admirado amigo Gabriel Tortella, quien la tildaba de «simplista», y reparado más tarde en los puntos sobre las íes que le impuso Carlos Sebastián. Vamos a ver: lo que yo dije y sostengo es que este libro abre perspectivas interesantes, interesantísimas para mí, para descifrar la lógica de la historia que a unos empobrece y a otros monta en burra, por más que ni esa tesis ni ninguna que yo conozca me ha merecido nunca una confianza definitiva: todas las grandes tesis (la de Smith, la de Marx, la de Freud, la que comentamos) empiezan y acaban en un monismo y desconfío de toda hermenéutica que de un monismo emerja. La de Acemoglu y Peterson me resulta estimulante pero bien sé que, como todas las demás, están sujetas al riesgo que cualquier día salte un Voltaire y las cruciifique como éste hizo con Pascal, con Fontenelle o con Réamur antes de liquidar a Leibnitz en el «Cándido». En ciencias humanas escasean la tesis omnicomprensivas que abarquen los problemas en su totalidad, pero es cierto que Acemoglu y Peterson no dejan de insistir una y otra vez en el valor y peso de la contingencia sobre el desarrollo de la Historia. No hay claves exclusivas que den cuenta del acontecer social. Ni n este caso ni en ninguno.
¡Dejen que uno se entusiasme de vez en cuando, caramba! Yo sigo diciendo que el libro en disputa es atractivo, está lleno de ejemplos sugerentes y propone una clave –la de que la institución política determina la economía– que resulta no poco convincente en un momento, como el que vivimos, tan relativamente pobre en teorías. ¿No se ponen hoy como chupa de dómine a los grandes hitos del pensamiento sin que nadie aporte iniciativas superiores? Admito esas críticas a mi fervor pero sigo recomendando un libro que consigue atraparte de un modo muy singular en medio de la atonía generalizada en que nos movemos.