En el ámbito de la iconografía bíblica no hay acaso símbolo más sugerente que el ojo divino inscrito en el triángulo para expresar la convicción de que el conocimiento es poder. El símbolo no es exclusivo, en todo caso, porque en la etopeya hindú destaca esa difícil divinidad que es Shivá, amable y destructora a un tiempo, en medio de cuya frente un tercer ojo avisa de que la divinidad ve hacia delante y hacia detrás, tanto el presente como el pasado o el futuro, hasta penetrar “más allá de lo evidente”. Saber es poder en el cielo y en la tierra, como estamos comprobando desde que esos informáticos temerarios han puesto en almoneda el secreto del espionaje prácticamente universal al que los EEUU tienen sometido al mundo desde sus bases de espionaje hasta traslucir como un techo de cristal la intimidad entera de los demás países, sean estos amigos o enemigos. Una de los últimas revelaciones de Snowden han permitido saber que ese ojo mágico ha estado observando minuciosamente las comunicaciones de los mismísimos presidentes de México y Brasil, el presidente Peña Nieto y Dilma Rousseff, entrando a saco en todos los contactos personales de ambos y accediendo a sus contenidos sin el menor escrúpulo. Cuesta entender los lamentos de ese gran país por el riesgo que con estas filtraciones sufre su seguridad nacional, cuando él se dedica a alcahuetear los secretos grandes y pequeños de los demás mandatarios, atentando sin remedio contra su soberanía. A uno le da el pálpito de que esto no va a haber ya quien lo pare, sencillamente porque al alcance de ese tercer ojo no puede tener límite en un mundo que se balancea despreocupadamente en la Red y en el que, por supuesto, no es sólo ese ojo el que observa lo ajeno en medio de esta corrala expuesta a tantos mirones y a tantas escuchas.
La ubicuidad de Internet es casi tan grande como su vulnerabilidad y el escandalazo de Wikiliks y Snowden están demostrando que, en el futuro, no habrá modo de preservar esas materias reservadas desde el momento en que sean confiadas a la Red, pero tampoco lo habrá de garantizar el derecho a la intimidad de ningún sujeto. Cámaras, micros y memorias suponen a corto plazo el ocaso de lo íntimo y el inicio de una era de transparencia temible tanto para el poder como para los peatones. Hay grandeza y miseria en estas debelaciones chivatas de las que, eventualmente, nadie se librará en un futuro. La transparencia puede ser cegadora. Lo estamos comprobando inermes y confiados.
(En la edición de papel le han cambiado el título…).
De acuerdo en que avanzamos hacia una convivencia de puertas abiertas en la que, de momento, es el poder el que puede ver nuestra intimidad, pero que en el futuro esa capacidad estará cada vez más en manos de la mayoría. Creo que no somos capaces de valorar el momento crucial que estamos atravesando.
La transparencia nunca es mala. Son los detentadores del secreto los que se quejan. EEUU se queja porque le descubren sus secretos obtenidos vilmente de países amigos y enemigos. No niego que hay riesgo en estas cosas pero me quedo con la luz antes que con la oscuridad.