Las casas portuguesas fronterizas con España sostienen sus aleros sobre grotescos canecillos de forma humana que se encaran con el país vecino mostrándole ufanos la higa con el dedo corazón. Lo cuenta un lusitano tan inteligente y de espíritu tan conciliador como José Saramago en su impagable “Viaje a Portugal”, pero es algo que conocemos de sobra los españoles fronterizos que alguna vez hemos visto esas antañonas culebrinas artilleras encarando nuestra tierra con una leyenda reluciente que suele decir –en portugués ,claro– “Tiembla España” o algo por el estilo. Como lo sabe cualquiera que conozca nuestra desavenida historia, en particular desde la fracasada experiencia de la anexión filipina. Es una tradición eso de los desplantes y desdenes, de los que, según una crónica de la época, ni siquiera se libró el temible Felipe II y su séquito en su célebre visita a Lisboa, y que ha sido luego alimentada por el provincianismo recíproco que levantó barbacanas más allá de la frontera mientras de la parte de acá fomentaba una indiferencia rayana en el desprecio. Y sin embargo, la encuesta que hace poco publicaba un periódico lisboeta y según la cual uno de cada tres portugueses estaría hoy abiertamente por la unión entre las dos naciones, no es precisamente una novedad, sino el “revival” de un sueño o proyecto histórico que tuvo especial aliento entre los románticos de la Restauración y que todavía personajes como Unamuno acariciaban tras el Desastre del 98. El tema del iberismo y el proyecto de la ‘Unión Ibérica’ son, en efecto, asuntos viejos, aunque haya sido preciso el tsunami europeísta para permitir a las buenas razones imponerse sobre una sentimentalidad heredada de generación en generación. Hay en la frontera que nos separa por el sur cuñas vacilantes que se meten hacia allá o hacia acá como una quebrada torpe trazada con la péndola de los agravios por el pulso temblón de la historia, toponimias inequívocas que desdicen la geografía política, y migas o desavenencias lugareñas que descubren la artificialidad de las fronteras. Dicen que se ha armado una buena en el país vecino con este motivo que, en buena lógica, como digo, no debería sorprendernos demasiado una vez que las mugas artificiales han sido borradas por el proyecto continental y que la globalización ha dejado tan en evidencia la lógica del recelo.
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Lo que sí resulta paradójico es asistir a estas paces virtuales entre dos enemigos históricos (llamemos a las cosas por su nombre) mientras se recrudece entre nosotros la guerra intestina alimentada por los separatismos –otra herencia romántica—que planean destrozar el mapa plurisecular trazando sobre su geografía acrisolada la caprichosa marca de la taifa rebelde. Es cierto que en Cataluña acaba de fracasar la ‘kermesse heroïque’ separatista puesta en la picota por una raquítica participación en el último referéndum como lo es que en el País Vasco todas las propagandas y los desafueros no consiguen mitear siquiera la opinión, que sigue siendo favorable a mantener la unidad inmemorial antes que a lanzarse a aventuras albanesas. Los portugueses, en cambio, que ya dieron muestra de singular cordura ofreciéndonos el ejemplo de su Transición como espejo de la nuestra (algo que suele olvidarse), y que supieron asumir sin aspavientos el fin de un imperio imaginario que apenas enriquecía a unos cuantos a cambio de desangrar a muchos, parece que andan ahora entreviendo la posibilidad de armar una península grande y libre, con perdón, en la que Europa, por fin, comience en vez de acabar. La “castellanización de la monarquía” que supuso, entre otras cosas, centrarla en Madrid en lugar de en Lisboa, tiene tantos partidarios con detractores. Este nuevo sueño de iberización de la península también contará los suyos pero no cabe duda de que tiene hoy más fundamento que tuviera jamás en su ya larga historia.
Ay, Maestro, que ha puesto usted la cejilla en un traste con el que mi corazoncito vibra de forma especial. Al país vecino y hermano no le faltan motivos para desconfiar de esta Espanha, de la que «non chega ni bon vento ni bon casamento». Nunca olvidaré una tarde en Coimbra en que mi pareja se puso casi a morir cuando tras un recalmón angustioso, llegó bramando como un fantasma de fuego un solano abrasador que venía de atravesar el páramo castellano. También tengo algunos amigos de Ayamonte, biencasados con apellidos de ambos lados de la Raya.
Allá muy joven, cruzaba en la típica barca desde Sanlúcar de Guadiana a Alcoutim, que como no tenía cura, iba con mi entonces también joven amigo sacerdote a decirles misa. El panadero también cruzaba a diario. Sin embargo para ir a Vila Real sí había que sellar el pasaporte. No todo el mundo disponía de Mystère, por muy asceta y elevado de miras que quiera aparentar ahora el julai.
En el camping de Aveiro, verano del 75, aún viviendo el Invicto, rozamos con nuestro 127 el mercedes de un tipo que andaba en la barbacoa asando frango. Se vino hecho una furia hacia nosotros enarbolando el espeto y mascullando maldiciones con el inevitable «españoles, ¡¡fascistas!!» Un par de semanas antes O Globo traía a cinco columnas «O primeiro primer ministro que non é transitorio». Se refería a Soares. Por eso no estoy de acuerdo cuando afirma lo de «…dieron muestra de singular cordura ofreciéndonos el ejemplo de su Transición como espejo de la nuestra…» Aquel año y pico transcurrido desde el abril de los claveles, no fue precisamente un camino de rosas y hasta creo que «se recondujo» por parte de la Agencia algún que otro desvarío.
Lisboa es para mí mi segundo Madrid y amo a la Torre de Belem como pueda amar a la Giralda o al campanil de mi pueblo. Desde hace un buen puñado de años, al emigrar al norte como los pájaros en verano, cruzo de pitón a rabo el país hermano por su hermosa y bien terminada autoestrada de pago, no sin hacer alguna noche en sitios tan pintorescos como la mítica Grândola, Santarem, la cuna de los forcados, Alcasser do Sal, y cómo no, en Lisboa, a la que había que atravesar antes por el rojo puente colgante, luego de la Expo 98 se circunvalaba por el Vasco da Gama, un ejemplo para el derroche de la Expo 92 sevillana y ahora, si llevamos un poquito de premura esquivamos de Evora a Santarem. Alguna excursión de cientos de kilómetros tengo en el cuerpo porque alguien dijo «mañana vamos a Tavira, a comer bacalhau dorado».
No me interesa solicitar estatuto de apátrida, como algunas veces se me courre, porque así libraría el Glorioso Estado Español, tararí que te ví, de pagarme la pensión mensual, pero sí que me he planteado hacerme vecino permanente del dulce país del fado.
«Me consuela que el Papa está pasando por lo mismo», afirmó Rubianes, que apostilló asegurando que «él ha sufrido la yihad islámica y yo la yihad hispánica».
http://www.20minutos.es/noticia/156621/0/pregon/rubianes/barceloneta/
15:38
Pues yo propongo cambiar el desafortunado y racista comparativo:
“es como comparar a Dios con un gitano”
por otro más justo y real:
“es como comparar al Papa con Rubianes”
16:09
Por dinero no lo deje, doña Épi K, porque las personas que han cotizado en España el tiempo suficiente cobran sus pensiones independientemente de su nacionalidad.
Yo, muchas veces, siento el deseo de cambiar de nacionalidad, portugués o francés. Lo de portugués tengo que desecharlo porque tendría gracia que volviera a ser español de rebote.
Son elucubraciones y pequeños pataleos interiores. No lo haré por pereza administrativa como tampoco cambiaré en el Registro el nombre de José que me pusieron en la pila por el de Pepe que es como me llama todo el mundo. Desde luego el cambio del nombre de pila es mucho más difícil que el cambio de nacionalidad, claro está, a menos que seas vasco o catalán.
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Para mí el mejor ibérico es el de Jabugo y le sigue de lejos el de Montánchez y el de Guijuelo.
Muy bonito papel, sí señor, interesantísimo y sorprendente: no pensaba que los Portugueses fuesen capaces de tal cambiazo porque efectivamente de todos es conocido el recelo con el cual miraban a España.Este cambio les hace honor: parece que son un pueblo que reflexiona y sabe dejar de lado viejas desavenencias.
Contrasta evidentemente el retraso, el provincialismo de los separatistas, sean quienes sean.
De los Portugueses, siempre me impresionó que hablaran tan facilmente y tan bien las lenguas extranjeras.Recuerdo de un pastor que había estado de voluntario en la guerra de 14-18 y que hablaba francés y de un cura que me confesó en francés tambien.
Yo creo que eso de querer emigrar o cambiar de nacionalidad os pasa por tenerle demasiado cariño a la madre patria: como todo amor,eso no tiene remedio. nunca la veréis bastante respetada, y bien tratada.
P22:12
Nada, doña Marta, si quiere le recuerdo la letrilla:
“Admirose un portugués de ver que en su tierna infancia… ”
Si los portugueses que quieren ser españoles son de uno a tres. Los que no quieren son de dos a tres. NI HABLAR.
Se me pone la carne de gallina con la chapuza que ha hecho ZP (Zapatero para Vd.) con Gibraltar. Yo no quiero que G. sea la autonomía 18 de España ni menos Portugal la 19.
Con los que somos somos ya bastantes, o a lo mejor sobran (que no sobramos) ya bastantes.
Adeu. Abur.