Mi amigo Verolupi se ha retirado del mundo, como quien dice, harto y sobrado de inquietudes y experiencias. Una vida larga, intensa, desbordada, han acabado por persuadirlo de que no hay actividad tan deseable como el ocio ni descanso tan propicio y benéfico como el que ofrece al solitario el activismo mental. Se ha ido a una playa onubense, abierta y extensa, casi ilimitada, que ya no es la que él recuerda de su adolescencia –negada insistentemente en un nuevo paisaje urbano de torres erectas y memorias abolidas—pero bajo cuyo ingrato pellejo actual él sabe encontrar la carne viva de sus recuerdos, y sobre la que planean inmutables ¿las mismas? gaviotas que antaño vivían del despojo marinero siguiendo a las barcas, ría arriba, hasta alta mar. Vive solo, come solo, habla solo y bebe en compañía cada mañana, tras los cristales empañados durante el invierno, en plena brisa marismeña durante el verano, cuando la intimidad del bar/refugio se despereza en sus terrazas, tras hacerse en el mercado con unos jureles vivos o unas caballas del alba. Por las mañanas pasea por la Ría para sentarse luego en un banco y, con la mirada suspendida en el cielo veleidoso, inspirar quinientas veces como manda el zen, antes de dar forzada marcha atrás al percibir que el yo inflamado se desliza peligrosamente hacia el nirvana. La felicidad puede cifrarse en esas cosas inmensas y pequeñas que genera la soledad, en el barrido de tu casa, en la fragancia de tu dama de noche, en la aguja exultante de la manzanilla enhebrando sabe Dios con qué materiales psíquicos olvidados tu memoria palatal, en el balcón ahora vacío en el que entonces campaba la muchacha de tu heráldica memoriosa. El sabor del tiempo: no hace falta más, nada mejor acaso: lento, indiferente, libre, pasa con sus horas de plata mental teñidas por el azul marino, o se acurruca entre los pliegues del sueño. Somos nuestro tiempo que pasa. Aprovecharlo consiste, quién sabe, en dejarlo pasar.
Una, dos veces al día, Verolupi abre su ventana en Internet como quien abre un prodigioso casino con derecho de admisión. ¡Curiosa soledad en multitud, nunca tuvo tanta compañía el eremita mientras anduvo solitario entre la muchedumbre! Envidio a Verolupi, amaneciendo a placer, respirando libérrimo el aire salino filtrado por los enebrales, vigilando de reojo el contoneo de la hembra, atento al macetón en que puja viciosa la yerbabuena, paladeando cada mañana el vino excelso y peleón de la bien ganada independencia. ¿Tan fácil resulta ser libre? Difícilmente los esclavos alcanzaremos esa evidencia que a Verolupi le resulta casi deslumbrante mientras pasea cama mediodía, los ojos entonados, bajo la luz cenital.
Preciosa columna, don ja. Creo que hablo por muchos si le digo que debería prodigar más ese «lado luminoso» de su personalidad y de su escritura, el lado que tiene a la lírica y que, por eso mismo quizá, lo acerca tanto a lo humano y hasta a lo demasiado humano…
Beatus ille in Onuba consistens
De vuelta a mi casa y a mi jardín, sorteando huelgas, saltando cuidades, recorriendo parajes nuevos y extraños, envidio a don Verolupi y su sabiduría.Un beso a todos
Olvidaba añadir que hago mío el comentario de don Cura de pueblo. Tiene toda la razón: es una preciosa columna, y me gusta su «lado luminoso».
Idem
Marta, no pensaba comentar esta columna por razones obvias pero, aprovecho tu «envidia»para asegurarte que las más de las veces eres, digamos, la alegría de los comentarios y ¿Por qué no decirlo? también te sigo con gusto porque pones las más de las veces en tus notas mucho sentido común sin alaracas
Ja, me ha puesto Vd. la carne de gallina.
La escondida senda. Nadie como el que vivió entre el gentío para estimar la soledad. Una cosa es la soledad elegida –juanramoniana, sonora– y otra cosa es el aislamiento forzado. Seguro que don Verolupi, a quien sólo comozco de estas páginas, eligió con libertad su libertad. Don JA sabe mucho de estas experiencias. Ustedes no saben que, de jóvencitos, él un servidor y algún otro conmilitón nos íbamos del campamento de La Granja a algún monasterio cercano ciertos fines de semana…
Me quito el gorro. Poca gente escribe hoy así en un periódico. Supongo que le pagan mucho. Se lo gana.