Así como el que no quiere la cosa, los ciudadanos suizos se pronunciarán en las urnas el inminente 18 de mayo para decidir sobre la eventual elevación del salario mínimo interprofesional a… ¡3.240 euros mensuales! Sí, ríanse si quieren, quienes afirman, siguiendo a Grahan Green, que tantos siglos manteniendo el negocio de la paz le han servido a Suiza apenas para inventar el reloj de cuco, sobre todo si comparamos su opulencia salarial no ya con países como el nuestro, que anda por los 753 euros, sino con los mismísimos y afortunados capos de la economía europea. Lo curioso es que esta consulta ciudadana llega precedida de un hecho consumado como es que Lidl Suisse haya establecido en convenio –Suiza carece de salario mínimo fijado oficialmente—esa misma cifra con el beneplácito de los sindicatos que ven en ello la prueba de la viabilidad de la medida y un paso más hacia la reducción de las desigualdades: “La riqueza suiza es obra de todos pero está mal repartida”, dicen esos síndicos que quedarían petrificados si echaran una ojeada a la actividad de sus colegas españoles, a sus canonjías y a sus manguis. Cómo es posible ese milagro –el de los 3.240 euros al mes—no se me alcanza, francamente, pero aún lo entiendo menos si compruebo que la gran Alemania, esa “locomotora de Europa” etcétera, no pasa de los 1.209 euros, más o menos lo que la Gran Bretaña y por debajo, claro está, de Holanda y de un país que, como Bélgica, acaba de tirarse más de un año sin Gobierno. Hay países más desgraciados aún, ya lo sé, desde los míseros surgidos del Comecom soviético hasta Portugal, pero aun así, conste que tenemos por encima a Irlanda, a Luxemburgo y a la propia Eslovenia. Los ecónomos tendrán que explicar –y lo harán, denlo por seguro–, a base de sus teorías eminentemente conjeturales, las razones de este extraño milagro de un país que vive del secreto bancario y mantiene intacto un servicio militar voluntario.
Veremos que sale de ese memorable referendo que da una idea precisa de cuánto le queda por hacer a la Unión Europea aunque, sobre todo, a mi juicio, lo que pone de manifiesto es la discutible inevitabilidad de la desigualdad. En Alemania, la reciente “Grosse Coalition” entre liberales y socialdemócratas ha fijado en 8’50 euros la hora de trabajo para alcanzar aquellos 1.290 euros mensuales. Aquí, mientras tanto, andamos de Juzgado en Juzgado, de factura falsa en factura falsa y hasta de saraos feriantes.
A mí todo esto me recuerda a aquello de …» la historia de la humanidad avanza a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario entre explotadores y explotados…» -sean individuos o sean pueblos- añado. No sé si la cita de memoria es de mi don Karl o de mi don Friedrich Engel, que lo poco que uno leyó de ellos le queda lejos.
Cada vez es más profunda la grieta entre los que reciben cinco ferraris de regalo o hacen de fabulosos comisionistas de ocho dígitos y los que estiran los 400 y pico leuritos para comer macarrones, al menos hasta el día diecinueve de cada mes. Aquí en Vandalia por ejemplo, la paz social no sale tan cara. Las batallitas de doña Colau, las demagogias de Cañamero o la historieta de las aguerridas «utoperas» sevillanas son fuegos de artificio para que se vean desde lejos. (Luego se queman montes y chabolos, ji, ji)
Oui, c’est moi.
No sé de donde habrá sacado don ja esa cifra mareante pero no la pongo en duda sino que me siento un sujeto menor de esta historia humana que cada vez se reduce más a historia económica. Los suizos son el confidente-tesorero mundial, y eso incluye, como es lógico, a todos los que temen la publicidad de sus fortunas. Y eso vale mucho dinero. Claro que en todo caso Suiza demuestra que no es imposible mantener un país con un elevado nivel de vida y unos salarios adecuados razonablemente a las fortunas. Aquí estamos muy lejos de todo eso. ¡Aquí y en Alemania!
Suiza es rancho aparte, amigo ja, como bien sabes, rancho en el que no te dejarán nunca meter la cuchara como no ingreses en la cofradía… Esa economía no es homologable con las demás. Ahí tienes a la propia Alemania, tan alejada de ella. En fin, que la columna sugiere muchas cosas, más de las que uno podría meter en un comentario.