No cabe duda de que nada en el show televisivo servido en bandeja de plata por TVE a ZP podrá competir con el clamoroso resbalón sufrido por el presidente ante la pregunta de un guasa que trataba de saber si quien nos gobierna sabía de verdad lo que las cosas valen en la calle. Su afirmación de que un café cuesta hoy 80 céntimos ha dado lugar a un tsunami cuyas últimas ondas detecto incluso en periódicos lejanos, como si esa ignorancia venial tuviera alguna importancia fuera de su proyección simbólica. El presidente Johnson comenzó algún discurso célebre con una alusión al precio de los garbanzos que no dudó en atribuir a la información de su esposa, seguramente convencido de que otra cosa, esto es, haber demostrado una información cabal del precio de las legumbres en el mercado, tal vez no hubiera contribuido favorablemente a su imagen un país con un psiquismo tan reciamente instalado sobre la división sexual del trabajo. También Fraga, allá por los penúltimos 80 si no me equivoco, armó una divertida marimorena en el Congreso cuando le espetó a los jóvenes turcos de ambas bancadas que ya estaba bien de hablarle al pueblo soberano –los diputados suelen olvidar que cuando hablan en la Cámara al pueblo hablan y no entre ellos– de PIBs y PINs, de fluctuaciones del mercado de valores o de los prodigios del valor añadido sin humillarse nunca al rasero cotidiano para hablar de cosas que de verdad pudieran interesar al gentío, como el precio de los garbanzos. Fraga fundaba su realismo en los garabatos del albarán y, como un almotacén o zabazoque cualquiera, consideraba crucial esa guerra de los precios que tiene en la historia económica española tan larga tradición desde el sabio don Pedro de Valencia hasta ilustrados tan señeros como Ustáriz o Campany. Va a quedar para una temporada el fallo de ZP y, sobre todo, la réplica guasona del preguntante –“¡Eso sería en tiempos del abuelo Pachi!”–, cuya trascendencia intencional no es difícil deducir, pero en buena ley hay que decir que elegir ese despiste en semejante constelación de guiños y obviedades no deja de ser ingenuo por parte de los críticos.
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Quizá el incidente presidencial debiera servir a mejor causa tomándolo como ejemplo de la distancia insalvable que separa al político en ejercicio de la verdad de la realidad de la vida, es decir, del precio de los garbanzos, de lo que una vivienda cuesta realmente (no del que se le dice al notario) o, en fin, de lo que en cualquier bar que se nos ocurra entrar van a cobrarnos por un cafelito desde que, con la llegada del euro, el sector redondeó al alza todo lo que pilló a mano. Hay muchos políticos que se las ven y se las desean cuando son cesados para meter la marcha atrás del coche, acostumbrados a viajar cómodamente en el asiento de atrás, y los hay, por supuesto, a los que más de un millar de pasajes gratis total les parece una gollería sin la menor importancia. Y eso sí que cuenta: el alejamiento efectivo de lo real que la política provoca, el abismo insalvable o casi que se interpone entre la realidad regulada y sus reguladores, la inquietante ignorancia de la necesidad efectiva del contribuyente que padece la mayoría de nuestros próceres de ambos sexos. A mi, insisto, no me parece que lo más tontorrón o incluso hilarante que dijo ZP a su auditorio a la medida fuera eso del precio del café que tanto está dando que hablar en tertulias y mentideros. Más me preocupó las estudiadas respuestas precocinadas a cuestiones obviamente difíciles de detallar a pelo por un presidente, lo mismo con Urdaci que con Milá, por no citar a los grandes comisarios a los que la vigorosa democracia ha logrado sobrevivir. Entre una derecha realista que lleva la cuenta del coste de los áridos y los avíos de la olla podrida, y una izquierda que se demuestra ignorante de lo que vale un café, no sería extraño que la incomunicación acabe informándonos, como en China, de lo que cuesta una bala vengativa.
‘…la distancia insalvable que separa al político en ejercicio de la verdad de la realidad de la vida…/ …la inquietante ignorancia de la necesidad efectiva del contribuyente…’ Dos cerezas que se me vienen enganchadas en el énter porque son verdades como puños de gigante. Pero en la primera no es sólo el político sino, en la estructura piramidal de las clases sociales, que haberlas haylas, a partir de un escalón hay una ignorancia supina de lo que vale la bandeja de muslos de pollo o la diferencia de céntimos entre el plátano de Canarias y el banano costarricense. (Espero que el Jefe siga tomando su caña en el Manolo de la calle San Jorge o se dé alguna vez un paseo por un súper barato, donde verá cómo el jubilado, el ama de casa, el monoparental mileurista ajusta los céntimos de la paguita o del salario basura). Es otro mundo paralelo. Pero que alberga, como un contenedor opaco a un porciento muy alto de población. Si alguien ve demagogia en lo que acabo de escribir, lo siento, pero no se ha enterado de la misa, la media.
(Mi don monterillo: ayer usted también me realizó un cambio de sexo sin anestesia. Lo sigo queriendo.)
18:57
Cada vez está más claro que ser político consiste en dejar de ser ciudadano para decidir por los ciudadanos sin importarle los ciudadanos.
Haya paz, mi sorora, y no me sea picajosa, ni con don Monterillo ni con nadie en este ríncón amistoso. Debe comprender que la ignorancia de los precios en una mayoría (no creo que los pobres sepan mucho más del precio del mercado que los mejor instalados) no justifica que los altos responsables los ignoren. Lo que no quiere decir que uno espere que un jefe de gobierno se sepa el «albarán» del «almotacén o zabazoque» como diría nuestro arabizante tutelar, que tampoco es eso. Creo que don ja se refería, sobre todo, al alejamiento que indica (lo expresa muybien lo del coche oficial) ese no saber.
Más bien habrá que apuntar a la división sexista que al clasismo, creemos nosotras, pero gm lleva razón (también) en que, metidos en política, salvo excepciones, ni las mujeres conocen las necesidades reales. Y menos los precios.
Me gusta ese recuerdo de «don Pedro de Valencia», así con el don por delante, que demuestra que jagm sabe de quién está hablando, un sabio gigantesco que hoy no sabría poner en pie la inmensa mayoría ni en Extremadira ni en la Universidad.
Seguro que lo del «abuelo Pachi» no iba por donde lo pueda haber tomado la mayoría «tres-pies-gatista», pero la broma de gm va por ahí: por la posibilidad de que los televidentes se acordaran inevitanlemente del «abuelo» en cuestión. Supongo que todos me entienden.
He visto con retraso el programa de TVE (copia impropia del montaje de Sarkozi/Ségolène) y eso me hace entender mejor la columna, en la que, otra vez, tengo que agradecer cono lector las referencias cultas a personajes y saberes olvidados en esta nación nuestra tan poco memoriosa.
Otra divertida columna que aprovecha para «enseñar deleitando», y de paso darle un repasito –bien merecido– a esta clase política. Lo del café, como bien dice jagm, no tendría mayor importancia. Ver y escuchar al día siguiente al sorprendido Presidente tratar de «colar» la bola de que el despiste se debió a los precios (por cierto, seguramente «políticos») que rigen en la cantina del Congreso, ya es otra cosa. ZP es un personaje falaz, se le ve a la legua y cada día más, cosa que hemos de lamentar todos y que quien festeje lamento decir que no sabe lo que hace ni es patriota en serio.
Confieso mi don Páter que lo de almotacén o zabazoque me ha enviado directamente al DRAE. Ya esta noche no me acuesto sin aprender algo. ¿Es arabizante nuestro Guía?
Después de escribir esta mañana, a tercia más o menos, echo un vistazo a la prensa y viene cuajadita de monedas de ochenta, más falsas que los billetes de siete.
Todas las reflexiones que se han hecho aquí -menos probablemente la mía, si es que a reflexionar alcanzo- las encuentro atinadas y en sazón.
(Mi Reverendo: sabe que no soy capaz de rezar casi nada del viejo credo -tres credos y el huevo pasado por agua- pero la comunión de los santos sigue en pie para mí. Este rincón es la prueba de ello. Cosas mías.)
A ver jefe, aquí mis torncos y yo estamos discutiendo si ZP sabrá lo que cuesta una rayita o cuanto costo te dan por un taleguito pero yo creo que no,, porque ese tiene cara de no haberse fumao ni un Malboro.
Echanbdo de menos a doña Sicard, y preocupada por su suerte, leo esta columna graciosísima. Muchas veces comenatmos unos cuantos en mi claustro que se explica la tirria que le tienen a don ja los zapateritos y zapateritas. No es para menos, desde luego, proque es que los deja en pelotas, con pedón.
Bien dicho: la preocupación por el precio de las cosas es tradicional en nuestros políticos. Valencia, de quien habla gm, escribió sobre el rpecio del trigo y el del pan, como tantos otros, y no solamente arbitristas. Eran tiempos en que aún un conde podía saber lo que costaba en el mercado una hogaza, entre otras cosas porque era él quien marcaba el precio. Hoy, en todo caso, sería bueno ir al fondo de la cuestión planteada: que quienes dirigen al sociedad conzcan sus problemas.
Seguro que ZP se sabe de memoria a cuánto están las hipotecas y cómo va el IPC y demás. ¿Por qué ese desprecio por la vida cotidiana¿ Yo creo que se ha respondido anteriormente cuando se ha hablado de que la política, como profesión, prodice un alejamienot automático de la realidad. Em hombres y mujeres, cuidado, ahí sí que hay paridad.
Me he divertido mucho. Otra vez la Cultura, incluso la Kultura, con ka ennoblecedora. No deje ese propósito. Se lo agradecemos muchos de nosotros, los lectores condenados a tragar con la ETA, el ZP, los catalanes y demás.
No me gusta la broma política. Si quiere tirar la piedra no esconda la mano.
Los ricos y poderosos siempre han ignorado las dificultades cotidianas del pobre, lo que pasa es que hoy en día pretenden los de arriba «acercarse al pueblo», estar cerca de él. Nada más falso. En realidad pienso que, gracias al progreso, nunca la distancia entre los dos extremos de la sociedad ha sido mayor: unos van a pie o en metro y los otros se mueven en coches de lujo o en jets privados, unos no saben como comer a fin de mes y los otros despilfarran descaradamente.
¿De que fotos estaban hablando ayer? ¿Dónde puedo verlas?
Gracias a doña Bárbara por recordarme: ando falta de tiempo y no creo que se pierda nada nadie con mi silencio. Pero estén todos bien seguros de que sigo leyéndoles con suma atención.