Apenas hay ya ciudad que esté contenta con su suerte. Crecen demasiado o menguan de manera insostenible. Ni siquiera Venecia, la singularísima, aquella en que Regnault decía que no se sabe dónde acaba la tierra y dónde comienza el agua, la superviviente del GranTurco, de los papas y de Napoléon, con sus venecianos ensimismados que no necesitan viajar a ninguna parte fuera de su alfoz, se siente ya segura. Me lo explica uno de ellos, Toni Leonardi, enredando la mirada en el cendal de otoño que abraza la Salute y oculta el Campanile: en dos decenios la ciudad ha perdido no sé cuántos miles de vecinos, casi la mitad de los negocios está en manos de forasteros y la explotación de un turismo cada día más masificado conduce a un modelo de ciudad-escaparate que en poco tiempo acabará siendo un museo pero habrá dejado de ser ciudad. Se ha dicho que Venecia inventó el IRPF, las estadísticas, la censura, la delación, la lotería, el gueto y los espejos de vidrio, pero no va a poder resistir el “acqua alta” de una modernidad que sólo ve en ella la sugestión del exotismo orientalizante. Y no la va salvar siquiera su condición de alternativa urbanística, ese modelo de ciudad sin coches que no podrá competir con el de ciudad sin aceras que parece imponerse en EEUU. Venecia se muere y no de la peste, sino de su propia fiebre de éxito, como esas flores que fenecen asfixiadas por el enjambre libador atraído por su aroma, agoniza a causa de su exceso de vida, aunque sea transeúnte que, paradójicamente, busca en ella la imagen detenida en el tiempo de una estética única conquistada a sangre y fuego. ¿Cómo sobrevivir en una ciudad sobrevalorada en la que la moneda cotidiana tiene más oro del que marcan sus reales, quién podrá resistir esa barbarie cívica que implica la economía turística? Toni mira la bruma burlarse indiferente y se encoje de hombros sin perder de vista el oleaje que hoy encrespa el verde almendra de los canales. Él ha cumplido ochenta años y, además, es del Inter.
A lo peor lo que falla bajo nuestros pies es la propia civilización –la vida en la “civitas”–, la onda expansiva de un ecumenismo vacacional al que los vuelos “low cost” y los “paquetes” de oferta ponen al alcance una escena en la que todos los gatos son pardos para la mirada estándar. En Venecia apenas deja sitio para la industria humana ese negocio de la memoria efímera que es el “souvenir”. Hoy no la reconocerían un Byron, un Goethe, un Musset, un presidente Des Brosses, ni siquiera un Paul Morand, tal es su espléndida decadencia. Toni tampoco se reconoce ya a sí mismo en ese espejo del agua que es tan anterior a la espejería de Murano.
Los más viejos del Casino rememoramos las preciosnas colmunas venecianas surgidas de anteriores viajes de jagm a la gran ciudad . Esperemos que ahora se repitajn algunas, netre las cuales ésta primera ha cuenta.
Yo me figuro a este elemento de assistant enlaSorbona, de progre en Madrid, de señorito serio en Sevilla, pero no de esteta en Venecia. Perop debvo reconocer que se luce cuando ejerce de ello. No siempre acertamos con la morada, «de visu». Me encanta recnocerlo y deseo que se repitan muchas oclumnas en que se nos traiga siquiera sea un recuerdo de ls neblinas venecianas.
El turismo de low cost, mochila y alpargata se acumula a las puertas de las hamburgueserías de la gran M, llena las gradas de San Marco y eructa su cocacola en cualquier sitio. En manadas, porque el individualismo es rara flor que busca otros vergeles. Es el sino de nuestros tiempos.
¿Ciudades/parques temáticos? Todas las anteriores al s. XVIII. Ya se encargan sus burgomaestres de reparar, aunque sea con contrachapado y pintura al fresco, sus monumentos, los mismos que se buscan en internet y luego sirven para la foto «sosteniendo» la torre de Pisa. Después se lo cobran en impuestos a la hostelería. Cosí fan tutte.
Se dice que Google ha abierto en profundidad la zanja entre información y conocimiento. Los trenes baratos lo hacen entre el turista y el viajero.
he estado este verano unos días en Venecia y he sentido con pena lo que está usted diciendo. El unico momernto en donde he tenido la impresion de estar en una ciudad y no en un museo ha sido en el vaporetto.
Besos a todos.
Doña Epi, no se atragante, que siempre habrán espíritus individualistas entre la muchedumbre. No me sea elitista en exceso: nada es bueno en esa medida, ya lo sabe desde los griegos. En cuanto a la tesis de la columna me parece correcta y acertada, y creo que en Venecia el problema es más grave que en Sevilla o en Brujas.