Es sabido que Platón concebía las ideas como las sombras de la realidad. También que recomendó expulsar a los poetas de la polis y entregar el gobierno a los sabios, un ideal idealista, valga la aparente redundancia, que ha ido rebotando a lo largo de la Historia, en cortes y pretorios para no cuajar nunca, ésa es la verdad del cuento. Kennedy inauguró lo que se llamó su Camelot particular para sentirse Arturo entre la pléyade de los adalides y miren la que acabaron armando los Kissinger y los Schlesinger con sus guerras imperiales y sus golpes de Estado. Hasta el almirante Carrero, “divinitus erudita”, como diría Valera, quiso gobernar desde una academia de tecnócratas previamente santificados, para acabar nombrando gobernador civil a su secretario y embarcado él mismo en el alero de un convento. El platonismo político está vivo en la Edad Media, triunfa en las cortes del Renacimiento, es desplazado por el valido durante la Contrarreforma y reaparece, fundido ya en molde nuevo, en el pensamiento de la Ilustración hasta alcanzar nuestro presente tenso. Miren a Grecia o a Italia, y verán cómo el desconcierto de la crisis ha hecho volver la vista hacia los sabios –lo que viene a remachar el fracaso político–, a los “cabeza de huevo” de Yale y de Harvard que parece que, a su vez, anden pensando en un cónclave de expertos para superar el déficit de los políticos. “Todo el poder para el sabio”: he ahí la receta sovietizante en que los desesperados padres de la patria europea creen haber encontrado el único remedio para la crisis. Lo que no dicen es que esos sabios –tanto Monti como Papademos—traen en las botas el barro del camino, el uno como comisario europeo y paladín de la Trilateral, el otro como uno de los consumeros que, en el fielato de Bruselas, cerraron los ojos para no ver las cuentas falsificadas que nos han arruinado. Platón pensaba, seguramente, en una sabiduría muy distinta aunque él mismo fuera preceptor de tiranos.
¡Claro que es estimulante saber que ciertos payasos van a ser sustituidos por encumbrados profesores en el gobierno de la cosa pública, faltaría más! Queda por comprobar las consecuencias, lo que no es moco de pavo, y que con un poco de suerte se logre falsar el pretendido axioma de que ni los sabios valen para la gobernación ni los políticos para el saber. Mal debe de andar la cosa, en cualquier caso, cuando los propios políticos han llamado a las lumbreras para que les alumbren la Caverna. Y me temo que, en la pared de fondo, la sombra de la inmensa mayoría, como decía Blas de Otero, se confunda con un simple hormiguero. Deseémosles lo mejor, aunque sea por nosotros mismos.
Tiene toda la lógica del mundo llamar a los que sabem tiene que admitirlo, don ja. Otra cosa es que, como uested dice, a ver dónde hay un sabio que no tenga las botas llenas de barro. Estamos al borde del procipicio o en plena epidemia, como prefieran. ¿No es lógico echar mano de los expertos?
Creo que es usted el unico que pueda echar mano de Platón y de Blas de Otero tan » à propos».
Besos a todos.
Desde luego lo juicioso es pensar que ministros con el bachiller raspado o tíyulos medios no son el ideal. Dejemos que los sabios se seomen a la Caverna y que Dios nos eche una mano.