Dijimos aquí que el embrollo en torno al párroco de Gibraleón habría de ser una patata caliente para el nuevo obispo onubense y cierto que lo ha de ser. No será posible mantenerse al margen de una escandalera semejante durante todo el tiempo sin provocar críticas justificadas desde sectores sensibles de la propia comunidad eclesial, pero sobre todo no parece razonable cerrar los ojos ante una situación como la que se está poniendo patas arriba en Gibraleón, con ese párroco/empresario/telepredicador que tantos aspectos oscuros parece que presenta a la vista de todos. Un tema malo, sin duda, para un obispo recién desembarcado, pero que no podrá obviar ese asunto que cuenta con tantos detractores como clientes, además del apoyo político del partido en el poder. En este punto es menester poner al famoso don Diego en su sitio, aclarando lo que haya que aclarar y respetando su proyecto hasta donde sea compatible con la convivencia primero y con su religión después. Un mal trago de entrada para el nuevo obispo, sin duda, pero un trago imprescindible que ojalá trasiegue bien.
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