No tengo por qué tener dudas sobre la idoneidad del flamante consejero de Salud, el doctor Aguirre, sobre todo teniendo en cuenta los perfiles varios de sus predecesores. Como médico y como gestor tiempo tendrá sobrado de demostrar sus capacidades que, de momento, no pintan mal a la vista de su enfrentamiento frontal con la estafa de las listas de espera y su razonable opción por recurrir a la concertación con la «privada» tal como ha hecho toda la vida el «régimen» anterior. Aguirre parece un ciudadano dispuesto a bregar con el morlaco que le ha tocado en el sorteo, sin duda uno de los más revirados de cartel autonómico. Su problema, sin embargo, va a ser, si Dios no lo remedia, su verborrea en exceso campechana, ese habla andaluza, no ya cercana sino pegadiza, empedrada de fórmulas y locuciones tan poco adecuadas para el lenguaje político como propias del dialecto tabernario. ¿Cómo escuchar con paciencia a todo un consejero del Gobierno andaluz describir la precariedad financiera de su departamento asegurando que está «tieso como una mojama»? ¿Y cómo tragarnos el palabro «bolondrón» utilizado por él para significar el atasco que padece el servicio médico en el estrecho «cuello» que lo contiene?
Los analistas de la pasada Dictadura la censuraron filológicamente con el argumento de que su parvo léxico político se las aviaba sin problemas con doscientas palabras. Nadie pretende imponer ahora un estilo prosódico ni un repertorio semántico a los protagonistas de la vida publica, pero parece poco discutible que aconsejarles una elemental moderación de su espontaneidad resulta no solamente lícito sino incluso imprescindible. No nos gustó a muchos andaluces el otro día escuchar en una tele malévola exponer en la picota a nuestro consejero que, más allá de su exclusivo talante, es obvio que involuntariamente representaba allí a ese hablante andaluz que desde siempre ha hecho las delicias de cierto injusto humor foráneo. La consejería heredada por Aguirre puede que esté en dificultades, incluso en quiebra, pero una cosa es reconocer eventualmente ese dato mercantil y otra muy diferente someterla a la imagen populachera de la mojama rígida.
Es verdad que el Diario de Sesiones de nuestra cámara autonómica conserva inapreciables perlas del habla impropia como aquella de un deponente que trató de salvar su responsabilidad como declarante avisando a los «padres de la patria» de que él «andaba chungo de papeles». Pero no sé por qué, si en aquella ocasión hubo de correr tanta tinta crítica, habría que disimularle ahora al nuevo malhablado su campechanía. En serio, la vida pública no tiene por qué discurrir entre celofanes pero, teniendo en cuenta que en esa nota de «publicidad» viajamos todos los políticamente representados, es obvia también la obligación que los representantes tienen de mantener su lenguaje dentro de una elemental propiedad.
Mojama la que el doctor Aguirre va a necesitar para enderezar ese árbol frondoso pero torcido que es nuestro Servicio Publico de Salud, el SAS, sin necesidad de competir en violencias ni groserías con su colega el doctor Spiriman. Al consejero seguro que le agradecería la corrección la misma legión de andaluces que él tiene la obligación de defender y que está hasta la coronilla de verse retratada en tópicos y caricaturas en no pocas ocasiones propalados por nosotros mismos.