A mediados de los 90 conocí en Brasil a un personaje, Olavo de Carvalho, del que se hacían lenguas los grupos culturales que con que fui tropezando. Incluso conseguí un libro suyo que por aquellos días estaba presente en todas las discusiones intelectuales. Se titulaba “O imbecil coletivo”, y consistía en una demoledora crítica elitista de la sociedad brasilera, reclamando para sí, la verdad es que ignoro por qué, la etiqueta de “socioconstructivista”, a la que una primera ojeada forzaba a renunciar dada su evidente dependencia real del pensamiento gramsciano y, en concreto, de una palmaria sugestión de “el intelectual orgánico” que puso en danza el gran marxista italiano.
Se perdía uno entre las mil versiones de aquel extraño sujeto que con tanta insolencia desafiaba a la crema de la intelectualidad, sobre la que, en fin de cuentas, cargaba el peso de la “estupidez endémica” de todo un pueblo (¡el suyo!), incluidas sus élites dirigentes, tremendo aristocratismo que, sin embargo, no le reprochaban ni sus propios detractados. Recuerdo algún alegato (que me extrañó) del maestro Jorge Amado pero, sobre todo, la simpática condescendencia con que, siquiera a título de “original”, lo indultaba una progresía que valoraba en él, ante todo, el espíritu cimarrón y la actitud barbiana: ni agua para la Izquierda (en aquel momento Lula era todavía un delfín emergente), ni caso a una derecha cuyo liberalismo, no sin motivo, le parecía una simple coartada de la explotación. Sobre la pasada y terrible Dictadura militar no recuerdo, por aquel entonces, pronunciamientos notables del extravagante iconoclasta.
He seguido luego atento en la Red a su rastro y a su obra posterior –fraguada ya en los EEUU–, muy en especial al debate provocado por la secuencia del primer imbécil titulada “O que Você precisa saber para nâo ser um idiota”, ahora convertida, por lo visto, en catecismo de Bolsonaro, el líder extremista defensor de la Dictadura –“que mató poco”, según él— y que hasta se propuso hacer ministro de su Gobierno al viejo provocador antisistema. Imagino el estupor de aquella progresía contemplando a aquel Diógenes ocurrente reconvertido en “intelectual orgánico” y al servicio de una derecha extremada que no descarta la dictadura. ¡Vivir para ver!
Pero, ojo: el populismo de la derecha ha llegado a Brasil cuando ya dos presidentes de la izquierda “operaia” han pasado por el banquillo y hasta por la cárcel. Como en Francia, donde los lepenistas crecieron tras la condena de Chirac; como en España después de ver a dos presidentes socialdemócratas en el banquillo o a Rato entrando en prisión; o como en la Italia de un Craxi que llevó el socialismo a la cárcel y al exilio. ¿Verdad que no estaría de más echar la vista atrás y sacar conclusiones?