Cada día parece menos discutible que el hombre contemporáneo posee una idea vulgar del mérito. La vieja proeza, la hazaña del héroe, de origen divino como es sabido, van dejando su sitio al ‘récord’ como expresión de la singularidad hasta el extremo de que toda una industria gira alrededor de esa murga. Acabamos de ver en el telediario, posando para la posteridad, a un grupo de cocineros autores del mayor guiso conocido pero la verdad es que no pasa día sin que tengamos noticia de algún prodigio extravagante registrado en los catastros del ridículo. En la India, al tiempo que nos enteramos de que el inmenso subcontinente alberga en su territorio los diez lugares más polucionados del planeta, vemos triunfar popularmente a un sujeto que luce la mayor cabellera conocida, a otro capaz de caminar mil quinientos kilómetros marcha atrás y a un tercero especialista en “sautiller” como los gorriones, no una pista de circo, sino nada menos que dieciséis kilómetros en cincuenta y ocho minutos. Si la ‘hazaña’ implicaba valor positivo, el ‘récord’ se justifica por sí mismo en su famosa miseria o en la misma extravagancia de su concepto, diferencia que desplaza la conciencia de ‘mérito’ desde la ética al capricho. Los trabajos de Hércules o la búsqueda de Jasón nada tienen que ver, obviamente, con ocurrencias como levantar 439 huevos en equilibrio o conseguir que en un torneo de ajedrez se jueguen 23.000 partidas simultáneas, como nada en común podría encontrarse entre la razón calvinista del éxito y los motivos ocasionales o simplemente estúpidos que registra todo ese montaje que se ampara en el registro Guiness, en cuyas páginas encuentro reseñado el portento de un sujeto, ‘Mr. Mangetout’, capaz de tragarse, según tan alto testimonio, un total de dieciocho bicicletas. Si el héroe clásico se exponía a los excesos de la “hybris”, el moderno récordman, liberado de cualquier exigencia que no sea la notoriedad, no ha de encontrar límites para su estulticia. Hemos pasado de librar a la doncella del monstruo o a la ciudad del dragón a trastear la paella más grande. El héroe moderno no se mueve en la mitología ni en la historia sino en la barraca de feria.
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Ni la degradación del héroe ni el declive de la hazaña son, no obstante, sucesos independientes de la sociedad en que se producen sino efectos inevitables de la propia evolución social. Las burguesías modernas llevaron a un plano ético la noción de ‘mérito’ para auparse con ventaja frente a la idea del valor hereditario que era propio de la mentalidad aristocrática, y Calvino y otros reformadores, como explicara cumplidamente Weber, consiguieron legitimarlo elevándolo a la consideración de virtud. El hombre contemporáneo, el pálido urbanita desconcertado en el laberinto de su propia mediocridad, ha logrado rebajarlo hasta el plano asequible de la ocurrencia, en un ejercicio de democratización del valor que, ciertamente, no supone ningún progreso, a no ser que consideremos como tal la superación de cualquier “marca” con independencia de su naturaleza y contenido. El mismo mundo que cuestiona al niño precoz o superdotado, acepta como un ser extraordinario, sin reparos ni condiciones, por el solo hecho de serlo, al hombre más grueso del mundo o al que es capaz de trasegar más jarras de cerveza de una sentada o de tragarse sin pausa el mayor número de salchichas, como hace pocos días tuvimos ocasión de contemplar (por triplicado, claro) en algún telediario. En cierto modo, parece que se ha erigido en realidad la hipótesis de Claudel de que el héroe es, en definitiva, alguien que no puede hacer otra cosa que la que en héroe lo convierte. Un tío se pasó cien horas hablando sin parar en Trafalgar Square, otro pereció conteniendo el resuello bajo el agua, un tercero mantuvo silencio durante años. Es triste pensar lo poco que ofrecen ya estos argonautas de pacotilla por el vellocino de oro.
Estupenda columna querido amigo.
«La vieja proeza, la hazaña del héroe, de origen divino como es sabido,»
Si los seres humanos crearon los dioses a su imagen y semejanza, a sus héroes tuvieron la necesidad de ungirlos para acercarlos a ellos.
Todo universo imaginario es producto humano.
11:56
Sí, querido Abate, por su boca habla la sabiduría. Por lo menos hoy.
¡Para que se diga que don ja no es un moralista puro, estoy por decir que de los antiguos (en el mejor de los sentidos). Una estupenda lección de conceptos la colum. de hoy.
Finalmente cada sociedad tiene los heroes que se merece. Los hace a su medida.
Viernes tarde. A mediodía se han cerrado los departamentos, los alumnos que han ido a clase -muchos empezaron anoche a colocarse- ya están de finde y los profes no le roban tiempo a su ocio para entrar en internés.
Hace bien madame Sicard en no ver la tele. Si puede. Yo a veces no puedo dejar de verla algún rato y se me cuela por la ventana de colorines un desfile de monstruos zafios, ignorantes, cutres y vacíos u otro de engorilados, repito, engorilados en su gloria de oropel: politicastros, ricos banqueros, ídolos del deporte espectáculo, presuntos sabios que descubren el Mediterráneo.
Hay un enjambre de miles de millones de humanoides que solo se sienten realizados como tales si consiguen su minuto de gloria en la pantalla. Sea por ir devorando un perro vivo o por convertirse en bonzo hoguera. No olvidemos que un premio Nobel gallego presumía de absorber por el ano -no lo demostró, uff- cinco litros de agua.
Si eso lo dice un tipo que vivió, y cómo vivió, de las letras, qué no podrá hacer o decir un primate incapaz de redactar una frase elemental sin aporrear la sintaxis ni incluir un par de faltas de ortografía en la misma.
El siglo de las luces, el siglo de la revolución social, el siglo de la revolución industrial, el siglo de las grandes guerras y la amenaza nuclear y el siglo de … ¡me importa un carajo el siglo de la estupidez universal, incluyendo la mía propia!.
Disculpen, si quieren, mi mala educación pero hay siglos en que una no está para nada.
Mi querida Doña Pájara ( El doña suprime la ambigüedad que pudiera tener el pájara!) Hay días en que la siento casi deseperada y eso me duele de veras.Es verdad que hay mucha zafiedad por el mundo pero también piense en las muchas bellas personas que viven calladitas y que merecen que se les trate.Y si no hay nadie vivo, pues la compañía de los muerte puede ser exaltante. Un besazo