Con frecuencia vamos enterándonos de los despojos sufridos por las poblaciones indígenas a manos del colonialismo implacable. Para ocupar sus territorios se ha llegado a la infamia de sembrar de ropa infectada las selvas cuando no de irrumpir en ellas como banda de salteadores y siempre en nombre de poderosas multinacionales. La farmaindustria lleva años recabando información botánica de los chamanes para aprovechar sus recursos naturales, una cortesía si se compara ese procedimiento con la abrupta actuación de los colonialistas en el África profunda. De un periódico indonesio, The Yakarta Post, traduzco la última de esas hazañas, perpetrada por los sicarios de una compañía minera francesa con la ayuda de la propia policía local de la isla de Halmahera, en la que los indígenas han sido forzados a vender sus terrenos a 60 céntimos de dólar el metro cuadrado, según dicen “con la pistola en la sien”. En Halmahera halló Wallace, durante una convalecencia, su teoría evolutiva de la formación de las especies que compartió con Darwin, y en ella perduran todavía grandes reservas de bosques bajo cuyo subsuelo aguarda impaciente un colosal yacimiento de níquel, que es en esta ocasión lo que buscan los depredadores, dado el crecimiento de la demanda de ese metal, imprescindible para baterías, teléfonos móviles y otros productos industriales de moda. “En una década no quedará ni una sola tribu aislada en el mundo”, ha dicho a este diario el geógrafo y premio Pulitzer Jared Diamond que bien sabe de lo que habla. El nuevo colonialismo cuenta hoy con medios de sobra para acabar con el neolítico.
Este neocolonialismo, a diferencia del primitivo que denunciara Franz Fanon en los años 60, es el protagonista de las modernas desigualdades, que ha convertido al colonizado en un nuevo proletario, como confirmando el pronóstico de Barthes (“Mythologies”) de que el colonizado actual asume por completo la condición ética y política del proletario clásico, el “buen salvaje” ignorante de las inmensas riquezas que posee y a merced de los especuladores asociados a sus propias oligarquías, ese mono desnudo que no sospecha siquiera su condición de magnate imposible. Nadie da un paso por defender a un aborigen de las Molucas o a una tribu expoliada del Amazonas, sometidos todos al imperativo inapelable de un Sistema en cuyo censo no figuran. Lo que es nuevo acaso es la imagen de la pistola en la sien frente a la que resulta del todo fácil cerrar los ojos.
Supongo que don José António quería decir en la última línea :» a la que no resulta del todo fácil cerrar los ojos.»
Sí, las multinacionales o grandes empresas esas son mucho más «explotadoras» (existe el palabro?) que fueron los colonos y es fácil de entender el porqué.
Besos a todos.
Seguramente, doña Marta, ya sabe que las erratas en prensa son duendes muchas veces. Y sí, creo también que el neo-neo-neo-colonialismo es casi inevitable en un mundo desigual, y lo seguirá siempre haya o no buenos propósitos en los organismos internacionales. Fanon escribía con la opinión a favor, y desde entonces los colonizadores han sabido buscar nuevas fórmulas para su acción. Normalmente, la alianza con las «burguesías» nativas.
La descolonización fue un pacto encubierto entre metrópolis y fuerzas indígenas, con el que se enriquecieron éstas a cambio de que todo siguiera más o menos igual. A quienes no se liberó fue a los colonizados.
No otra verdad más que ésa. Desgraciadamente. ¿Cuántas veces lo hablábamos entonces, cuando aún no se trataba más que de un riesgo y usted era un chiquillo delgado y fino que no he olvidado por su agudeza y su cortesía? No sé cuánto más hemos de soportar estas evidencias. Hay veces en que a uno le gustaría reclinarse en el seno de Abraham.
El nuevo colonialismo, el actual, lo ejercen a dos manos la metrópoli y la elite local, meros mamarrachos al servicio de los opulentos. Recuerden lo que está pasando en el Congo, lo que ocurrió en Sierra Leona y tantos y tantos casos que han tenido consecuencias terribles. Me alegra esta denuncia clara en medio de tanta confusión.
Puede parecer tangencial, pero esta pobre gente contribuye con sus órganos, arrancados tal vez «con la pistola en la sien» –China acaba de prohibir que a los condenados a muerte se les expolie sus hígados, riñones…– o cambiándoselos por ‘cristales de colores’.
No, mi don Páter bienamado, hay que seguir aquí abajo aunque solo sea para levantar la voz y la palabra. Sabe cuánto le quiero.