España se confunde cada día más con Marbella. No sólo porque la imagen que difunden los medios basureros es unívoca en principio, sino porque en muchos lugares, salvadas las distancias, ocurren cosas como las que allí sucedieron. Pongamos los casos de El Egido, de Estepona, de Valencia, de Alicante y un inacabable etcétera: parecen astillas de la misma madera, lo sean o no del todo. Y hay en todo este maldito proceso un equívoco fundamental: que los corruptos, la garduña –los mangantes, simplifica Rosa Díez—no son sólo los que aparecen en el colorín retratados a deshora ni las marujonas que comercian en la teletonta con bolsas de basura, ni los fugados probablemente en paradero conocido, ni los difuntos a los que tratan de cargarles del peso de la Ley, sino quienes, con su connivencia o su desparpajo, les han permitido durante años y años que saquearan la ceca, sabe Dios si cobrando porcentaje o no, que lo más probable es que sí. La corrupción es un fenómeno todo lo complejo que se quiera pero no cabe duda de que si está ahí, tan pimpante, es porque la autoridad lo ha permitido y lo permite, porque a la vista está que cada vez que quiere entrar a saco en sus covachas entras y no se hunde el mundo. Si la Junta de Andalucía –cuyo partido está probado que trincó de Jesús Gil y que no lo ha devuelto—quisiera, que no quiere, hace tiempo que por Marbella hubiera pasado el sheriff bueno y se habría cortado en seco. Lo que ocurre es que a fuerza de repetirse ésa o cualquier otra evidencia, la verdad, la pura verdad, acaba convirtiéndose en tópico y entonces ya no vale la pena insistir en ella, con lo que los mangantes ganan siempre. Pero el caso es que España se parece cada día más a Marbella no por esa memez china de que una imagen valga más que mil palabras sino porque esas mil imprescindibles palabras nunca se pronunciaron aquí. No convenía, no cuadraba con los planes, total, que no.
Hay que decir que no se trata sólo de que nos deprima o moleste ese parecido sino de que hay fundamento para sostenerlo en la conciencia colectiva. El monstruo de Seseña no surgió de la nada ni hubiera podido levantarse sin los andamios del poder autonómico además de la albañilería local o partidista. Ni ninguno de los otros que han sido destapados, seguramente una ínfima parte de los realmente existentes. Y nos parecemos. La cara de Roca o de la Marcos, el espectro de Gil o la sombra de Fernández, resultan familiares en el país entero no sólo por difusión sino por asunción. Creemos que los conocemos pero, en realidad, los reconocemos. En un espejo cóncavo si se quiere, pero sin pérdida posible. Son y somos. Marbella no es un espejo, es un emblema.
Observación pertinente, en todos sus puntos. ¡Y 007 protestando porque su «buen nombre» salga a la luz como implicado en el emrbollo!
Aquí en Marbella lo vemos más claro. Será porque lo hemos vivido de cerca. LO que había que preguntarle a uesteds (y no al sr. gomez marin en concreto) es por qué no insistieron mñas en su momento, cuando aún Gil campaba por sus respetos.
Triste conclusión: mangantes hubo siempre pero la pregunta es si no será cierto que ahora abundan más que nunca. Me gusta esa interpretación de que la corrupción es obra de todos, y yo incluiría hasta los ciudadanos privados en la medida en que muchos de ellos la «entienden» y quién sabe si la envidian. La gangrena es progresiva, ya se sabe y no tiene otro remedio que la amputación. Pero ¿conocen a alguien capaz de autoamputarse un pie o una mano?
Nos extraña el reproche de don Talo, pues el Mundo ha sido el medio que más pronto y con mayor insistencia siguió el saqueo (hasta ese término, saqueo, lo empleó él por vez primera). En cuanto a jagm también ha dicho y escrito lo suyo sobre el tema. No sé si recordará don Talo sus broncas con Gil en el programa matinal de Onda Cero…