En el patio de la escuela de Jena, un pueblecito de Luisiana, hay un árbol prohibido. Su sombra está reservada en exclusiva para los estudiantes blancos razón por la cual la ocurrencia de uno negro de sentarse bajo él ha abierto una cadena de incidentes que, de momento, han acabado en el proceso de seis adolescentes negros acusados de agredir a un compañero blanco. Un árbol prohibido en el centro del paraíso es un símbolo que encontramos por doquier. Hubo uno que arruinaría a la humanidad, según el mito cristiano, por mano de Eva, y otro –precisamente un “árbol blanco” sólo más tarde verdecido– que brotó de la rama conservada por ella tras perpetrar la trasgresión original y por ella plantado en tierra, aunque quizá haya que ver tras cada uno de estos árboles particulares el símbolo sagrado que aparece en todas las culturas, desde el olivo de Atenea al árbol gigante de los nórdicos, pasando por el laurel de Apolo o por el pino de Cibeles. La obra monumental que Frazer escribió sobre el tema, “La rama dorada”, no ha dejado de atraer la atención de los simbolistas a pesar de la eficacia de sus teorías, ni cuanto hoy sabemos sobre el ‘árbol cósmico’ ha bastado para liquidar un asunto siempre capaz de plantear perspectivas nuevas, pero es evidente, por lo demás, que la cultura popular tiene su propio discurso y sus razones propias en torno a la presencia del árbol y su significado. El simbolismo del árbol trascienda la planta misma para incluir su entorno, un espacio mítico que puede acoger indistintamente la meditación del santón o el reposo contemplativo, pero que en ocasiones se identifica como predio político y, en consecuencia, con el territorio exclusivo de un grupo concreto. Cuando se secó el roble de Guernica parece que alguien se preocupó de traer desde América un plantón procedente del que previsoramente habría plantado allá un emigrado, un gesto que no hubiera entendido Daniel cuando soñó el árbol inmenso que Nabucodonosor habría visto en medio de la tierra como un emblema de universalidad. El árbol sirvió siempre para distinguir: Abraham plantó uno en Canaán que le permitía reconocer al creyente y rechazar al idólatra. En Luisiana sigue cumpliendo hoy esa implacable función.
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Lo raro es que nos sorprendan estos incidentes que, por lo general, es como si diéramos por liquidados en un presente que imaginamos ilusoriamente a salvo del pensamiento bárbaro. Pero la realidad es que, más o menos latentes o expresas, las fuerzas de la segregación siguen ahí, dispuestas a todo, aguardando tan sólo el momento oportuno para el motín. Los negritos de Jena han sido juzgados como adultos y sus zapatillas deportivas consideradas armas letales por una fiscalía y un jurado (blanco, por supuesto) que reproducen, como si el tiempo no hubiera pasado, el clima rancio de los viejos progromos y el modelo inhumano de la segregación que propugna espacios reservados para cada raza, incluso allí donde la ley correctora había impuesto irreversiblemente el derecho único y la igualdad de trato. Ese árbol plantado como un desafío a la razón y a la ley viene a demostrarnos que nunca fue superado realmente el ancestral sentimiento de racismo en que se basó la injusta convivencia en la democracia americana, hoy como ayer minada en su estructura por la carcoma de toda la vida. Ver de nuevo por esas calles al fantasma de Martin Luther King descubre una llaga profunda que puede resultar más peligrosa, si cabe, en unas circunstancias, como las actuales, en las que la paz social se ve amenazada por nuevas tensiones étnicas desde fuera y desde dentro del país profundo, como si las legendarias llamas de Mississippi nunca se hubieran apagado del todo y el salvajismo encapuchado volviera por sus fueros como en los peores momentos. Bien mirado, el pleito de Jena, incluso si prospera la ignominia, no será tan alevoso como la presencia de un árbol prohibido en el patio de una escuela.
Creo que todo esto que ocurre en la America profunda tendrá un final dentro de poco.
Si el senador de color del estado de Nebraska, Emie Chambers consigue sentar a Dios en la silla de los acusados en el juzgado del distrito, todas la injusticias de la que el Creador es el máximo responsable, serán reparadas.
Pero ¡qué me cuenta , mi buen Abate! ¡Como desvaría usted!
La primera intervención parece que es un error.
A mi doña Ruiseñora le he dejado unas notas de repuesta en la página de ayer. POr curiosidad ¿las mira con regularidad?
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Sigue mi don Josean con los árboles y su simbología.
Nada me parece más bonito que la visión de un árbol augusto y albo en el centro del patio de una universidad.
Es verdad que ese árbol hace tiempo que habría tenido que dar cobijo a todos, en una ceremonia adrede. Estoy de acuerdo con don José António o con lo que parece indicar al final: los más culpables no son los chavales, ni blancos ni negros, sino la autoridad academica que dejó en el patio de la universidad un árbol prohíbido.
En francés «la rama verde «se dice «le rameau vert», como el ramillette, pero sin diminutivo y me parece más bonito, más poético y más propio.
¿De qué nos maravillamos por estas tierras? Aquí andamos buscando fémures y calaveras de hace setenta años, no para enterrarlos con dignidad, que sí que lo merecen, sino para convertirlos en armas arrojadizas de caínes contra abeles. O viceversa.
Allá en el sur del tío Tom, solo hace poco más de cincuenta años que uno de los símbolos más emblemáticos de la historia de los derechos civiles, Rosa Parks, la mujer negra y sencilla, se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco. Se necesitan más años de lluvia fina, je, je, para que se vaya calando no solo la costra reseca, sino también las capas más profundas donde se puedan extender las raíces del árbol nuevo. Repito que aquí removemos las cunetas para que los arbustillos que crecieron durante veinticinco años ofrezcan sus raíces al cielo abierto y ya se andan secando. Cuando desaparezcan, muertos por el rencor de los desalmados, quedará el campo yermo preparado para que los gañanes se aticen estacazos hasta la extenuación. El pueblo seguirá mirando en su tele a los transexuales salidos y las busconas lenguaraces vendiendo sus medias informaciones y sus desopilantes opiniones, como las tricotteuses a las que salpicaba la sangre. País.
(Sí, madame. Abrí esta mañana el blog un par de veces pero seguían los 5 comments de anoche. Ahora he leído el suyo de esta mañana y si no tuviera los ojos secos, seguro que habría derramado una lágrima de agradecimiento. Su corazón es de oro).