Trae la prensa bonaerense la noticia de que en el Parque Lezama unos cacos se han llevado por la cara dos esculturas que formaban parte de un valioso grupo, la “Loba Romana”, regalado hace casi un siglo por Roma a la capital argentina en recuerdo de la Revolución de Mayo, concretamente dos colosos de bronce que representaban a los ríos Tíber y De La Plata. No me ha extrañado un pelo porque, hace ya unos años, tuve oportunidad de vivir allá, justo al día siguiente de su inauguración, el robo de un busto de Machado que la Junta de Andalucía ofreció ingenuamente a los porteños en plena crisis de la que los taxistas de la capital llamaban la “hiperinflación”, pero además, porque consta que este tipo de manguis “por amor al arte” es más frecuente de lo que parece. En el museo Reina Sofía de Madrid mangaron no hace tanto una escultura de 35 toneladas de peso, un extraño incidente que seguramente está detrás o al fondo de la reciente destitución de su directora, pero la lista sería inacabable, incluso sin salir del propio Buenos Aires, donde también arramblaron hace un par de años con el cervatillo que formaba parte de un grupo en el popularísimo Rosedal de Palermo, sin que hasta la fecha se tenga la menor noticia sobre su paradero. Ha habido robos de esta naturaleza un poco por todas partes, pero quizá ninguno tan notable como el perpetrado en Tijuana recientemente al llevarse los ladrones nada menos que once esculturas de una exposición colectiva, se cree que con el sólo y mísero propósito de fundirla para revender el metal. Claro que peor fue la sustracción llevada a cabo en la barcelonesa Fundación Folch, de cuya exposición de escultura africana levantaron de una tacada treinta y cinco obras y, en razón de su valor estimado, también la que en Amberes se saldó con el robo de tres esculturas famosas. El robo de obras de arte es un capítulo singular de la delincuencia como lo demuestra que la propia Interpol ha elaborado un CD en el que se recoge exhaustivamente el balance de un botín que se calcula en unas 14.000 obras entre esculturas y pinturas. El toque estaría en descubrir adónde va ese botín que es evidente que los mangantes no quieren para conservarlo en sus cuchitriles sino para colocárselos bajo cuerda a magnates con pretensiones de amantes del arte.
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No es un secreto que algunos de los grandes museos mundiales, y por supuesto una legión de millonetis sin escrúpulos, han propiciado esta industria maleva constituyéndose en desaprensivos ‘peristas’ de los botines apañados por los cacos. La propia Nacional Gallery ha debido de hacer frente a la denuncia de que sus gestores habrían comprado, para su posterior exhibición, numerosas obras robadas por los nazis a los judíos, un supuesto mucho más complicado de justificar que la apropiación de los famosos frisos del Partenón –los mármoles de Elgin– que pueden contemplarse en el British Museum, puesto que, al fin y al cabo, dadas las circunstancias de la Grecia de entonces, si aquel lord no se hubiera llevado a Londres semejante tesoro no sería yo quien apostara un duro por su supervivencia. Hoy el miedo a los ladrones ha hecho que esos mismos ‘peristas’ (y quienes no lo son) deban recurrir al contrasentido de esconder en cajas fuertes del banco esos objetos hechos precisamente para la contemplación, lo cual no es, a mi entender, más que la consecuencia de la transformación de la sublime obra de arte en vulgar mercancía. Y no me digan que no resultan paradójicas estas pasiones artísticas en unas sociedades cuyos museos –modas y publicidades aparte– suelen arrastrar una vida más bien solitaria. Sólo el “robo famélico”, el que arrebata un busto para revenderlo como bronce industrial, podría explicarse en medio de estas confusiones. El otro no hace más que confirmar esa vecindad entre la garduña y la fortuna que funda tan sólidamente esta sociedad opulenta.
Precioso tema el del robo de obras de arte. No se ha publicado aún el camino por el que llegó a las manos del cerebro malayo el Miró que le hacía -digo yo- efecto laxante. Pero veo una diferencia notable entre el robo del Reina Sofía, 35 toneladas necesitan un buen trailer, grúas y todo lo demás y el darle un martillazo a la mano de mi doña Cibeles o a la cabeza de la Sirenita más famosa, liarla en un trapo y contemplarla en la librería de casa delante de la colección de dvd’s XXX.
No sé si habrá cambiado la legislación pero antes, usted aparcaba correctamente en zona apropiada, llegaba un choro habilidoso, le hacía su puente y tal vez no volviera a ver su carro por los siglos de los siglos. Al denunciar el hecho a la poli, estos ponían en el atestado que le había ‘desaparecido’ un automóvil ‘abandonado’ en la vía pública.
Les juro por Snoopy que de disponer una servidora de una parcelita en un buen sitio, me hubiera llevado una gorda, con perdón, de Botero cuando estaban -creo que queda una- en la Castellana. Al fin y al cabo es una obra de arte abandonada en la rue. ¿Me siguen?
Puestos ya, los frisos del Partenón, como la Inmaculada de Soult que estuvo más de cien años secuestrada, como esas obras de arte que los nazis confiscaban a los hebreos, son botín -huy, se m’hascapao al hablar de ladrones- de guerra, de rapiña o de jeta de máxima dureza en la escala de Moss. Quien no se consuela es porque no quiere.
¿Y qué ocurrió antes de que llegara el nuevo ministro una vez descubierto que en el R. Sofía se habían mangado una escultura de 35 toneladas? ¿Y cómo se roba esa mole cin que se note en el museo? ¿Y qué hace el ministro/a cuando se entera a parte de callarse? Junto a lo de la cesada directora de la Nacional, he aquí que estamos en régimen de puertas abiertas para todos menos para los usuarios de museos.
De acuerdo: lo más justufucado, aunque parezca lo contrario, es el robo famélido, el que se lleva el busto para fundirlo y vender el bronce. Una cosa es dar de comer a la prole (o agenciase un capricho en medio de la desgracia, por qué no) y otra vivir en connivencia con esa canalla privilegiada.
Hace poco ya trató el tema, cre recordar, peor me alegro aunque sólo sea por el caso del Reina Sofía. Se demuestra, por otro lado, que en todas partes cuecen habas. No hemos de olvidar que desde la Gioconda a El Grito aquí se ha robaod en los museos de todas partes. Es a los «peristas (¡qué acierto de palabra!) a los que habría que perseguir con auténtica saña.
El PSOE declaró gratis los museos y luego se volvió a las tarifas antiguas. En España se puede robar un museo pero no se puede cisitar gratis. La ministra de Cultura tendría que responder de lo que ocurrió bajo su mandato.
(Querrá decir la «ex-minsitra», don Rogelio, no nos dé sustos a estas horas del día).
Bonito tema, divertido lo del busto de Machado en Buenos Aires. Pregunta: ¿qué pudo impulsar a la Junta a regalar un busto de Machado a Buenos Aires?
En efecto, el gran responsable no es el que roba sino elque encarga el robo o simplemente recepciona el botín. Hay ciudades, como Sevilla, en las que mansiones oligárquicas son verdaderos museos con joyas artísticas sustraidas del común, por ejemplo, de mosaicos de Itálica, que nadie reclama, a pesar de que esos bienes no son mostrencos sino públicos y, en consecuencia, su recuperación por el Estado siempre es posible.
Menos mal que nos ha contado lo del CD de la Interpol para consolarnos del robo del Reina Sofia, que debe de ser uno de los más divertidos de la Historia. ¿Cómo no han reparado en él los «cómicos» subvencionados de nuestro cinematógrafo? Podrían sacarle una tajada mejor que la mayoría de memeces con que se entretienen pagados por el dinero de todos.
Estoy temiendo que recale otra vez por aquí esa dospechosa Lola de ayer y nos deje sus deyecciones en el blog, pero mientras tanto convengan en que el asunto de la columna de hoy tiene su gracia. No me imaginaba yo que llegara a tanto el negocio del «amor al arte», pero sí que sospechaba hace mucho que no podría ser cosas de unos pringadetes. Ese espectáculo de los ricos robándole a los ricos es sensacional pero nada comparable al rififí del Sofía…
Me cuentan esta mañana, comentando la columna con los amigos, que ha habido robos de esa naturaleza hasta en la Casa Blanca y que desde luego –me aseguran– no se trata casi nunca de aventuras imaginadas por una banda sino que suelen responder a «encargos» de quien puede pagarlos. Un buen tema para otra columna, jefe.
Lo mejor del tema es, para mí, la imagen del potentado (el «perista») encerrado en secreto con el botín del robo. Aunque si es verdad lo de que han de guaradr las obras en cajas fuertes, tampoco tienen sentido imaginarse tal escena y menos aún el robo mismo. Es obvio que no debe de ser tan difícil controlar tarde o temprano quién tiene una obra famosa porque estas cosas acaban por trascender. Imaginen, poor tanto, el sofoco, los miedos, los recelos del pobre «perista». A punto estoy de compadecerme de él.
Querido ja y amigo: no me explico por qué no aparaces entre los elegidos de la última página en ese homenaje inacabable a Umbral que hace tu periódico. ¿No te estiman lo suficiente, no te valoran o es que no quieres tú? Como sea deberías aparecer, entre otras razones porque me consta (te he leído y oído muchas veces elogiarlo) que admiraste a Francisco Umbral, y los blogueros lo tomaríamos como una distinción que a tí nada o poco te aporta, pero a nosotros, por lo menos a mí, mucho.
Echo de menos en su artíc. de hoy alguna comprensión para los cacos. ¿No cree usted que es un oficiuo bonito robar obras de arte? Ustred mismo titula «amor al arte», depués de todo. Ello no significa que nbo valore, de acuerdo con la crítica implíicta en la columna, el perjuicio que esta «industria» causa a todos.
¡A ver quién tiene huevos de robar una obra mía!
El robo de arte es una antigua profesión, en cierto modo vinculada al saqueo militar. Recuerde a Wellington llevándose un barco entero, incluído el famoso «Aguador de Sevilla» o a los nazis (a Goering entre ellos) llevándose trenes enteros de «impresionistas» desde París a sis villas.
Es justo recordar que el Estado Español, como dirían nuestrso próceres actuales, confirmó la donación de su rapiña a Wellington como premio de guerra o algo así. ¡Para uno que no manga…!
Efectivamente robos de obras arte , desde siempre han existido. Y generalmente son eso : pedidos que algunos pudientes hacen a especialistas del gremio. Lo que pasa es que con el progreso esto que era antes un oficio manual, artesanal por así decir, es hoy día una industria, visto el número y los dineros que mueve.
El saqueo de las tierras conquistadas también fue siempre una manera simple y directa de recuperar los gastos acarreados por la campaña. Y me parece realista la actitud de España frente a la mangancia de Wellington: mejor es dar de buen grado lo que te fue robado y no puedes recuperar, porque en esos tiempos se seguía aplicando lo de Vae Victis sin que el mundo entero hiciera como si.
En cuanto a las obras de arte escondidas , que no se dejan mirar, y que las conocen un pequeño círculo también es algo que viene de lejos .Por ejemplo muchos desnudos se hacían por encargo, se colgaban en un gabinete cerrado, y los veían contadas personas. Así pasó con la Venus de Velazquez. Siempre me he admirado del señor que le pide a un artista que retrate a su amor y que va a admirarlo de cuando en cuando.
Aparte, madame Sicard, de que a Wellington le debía Esaña mucho por su victoria contra los gabachos, y usted sabrá perdonarme.
Y ya puestos, Prof, recuérdele también a nuestra amiga que don Felipe II guardaba en secreto en su gabinete cierto desnudo hoy famoso, y que no fue el único caso.