Oigo protestas entre empellones mientras divago por los grandes almacenes. Faltan regalos, se agotan los de marcas, incluso bajan precios a última hora para salir del stock, y todo ello como si fuéramos nosotros, los terrícolas del siglo XXI, quienes hubiéramos inventado el regalo o quines hubiéramos conferido al “don” el especialísimo papel que los etnógrafos le atribuyen desde las sociedades primitivas a las desarrolladas. Regalar une, ése es el tema, “integra”, que diría un sociólogo funcionalista, pacifica las relaciones eventualmente hostiles y, en consecuencia, garantiza la paz, un amplio repertorio de funciones que explican que la costumbre se haya ido derivando hacia la esfera privada hasta convertirla en el sólido compromiso familiar que ha llegado a ser. Mucho antes de que Marvin Harris nos detallara las funciones del “potlach” esquimal –esa ceremonia en la que un grupo “funde” literalmente la fortuna acumulada para obtener de otro una suerte de compromiso de paz y convivencia—ya nos había dado esa noticia Malinowski cuyos materiales y conclusiones serían explotados en excelente versión por el maestro Marcel Maüss, pero el caso es que han pasado los siglos y nuestros contemporáneos siguen comportándose de la misma manera que lo hicieran nuestros remotos ancestros, a saber, regalando al Otro, congraciándose con él por medio de ese don gratuito que implica, lógicamente, una inevitable reciprocidad que, en algún caso, incluye el suicidio del beneficiario. Hoy no creo que nadie ofrezca el cuello al verdugo, como en el texto célebre de Posidonio, pero la caritas de muchos padres y abuelos que, abrumados por la carestía y la crisis, deambulan como fantasmas en busca de su ofrenda, lo dicen todo.
No hay en nuestra sociedad, posiblemente, despilfarro mayor que el dedicado al regalo, algo tanto más extraño cuanto resulta que nuestras ofrendas actuales, puede que limen asperezas y suavicen tratos, pero en absoluto funcionan ya como instrumentos de paz. Los niños ignoran que los Reyes Magos o Santa Klauss son emisarios retrasados de la primera edad del Hombre, fósiles de aquella infancia activísimos en plena postmodernidad, ni que decir tiene que porque ese hombre contemporáneo lleva bajo el “prêt-à-porter” la piel mal curtida del oso que abatió por su mano. Los niños no nos deben nada, quiero decir, porque les regalemos ilusión por un día. Somos nosotros quienes repetimos el gesto ancestral, por supuesto con la memoria perdida y la ilusión intacta. Este festival ruinoso resulta que es un rito antiguo como la vida misma que cada uno de nosotros cree inventar año tras año entrampándose hasta el cuello.
Salvo excepciones, creo que la tradición de regalar a fecha fija es bonita cuando se inicia, cargante cuando la costumbre ya eliminó la sorpresa, e ingrata cuando se toma la decisión de no hacerlo más. Y creo que esta impresión vale para regaladores y regalados.
Tengan ustedes felices regalos y mejor año.
Saludos
Algo exageradillo viene hoy don Rafa, pero no le falta razón. No es la primera vez que don ja se refiere en su columna al despilfarro ritual, tema encantado de antropólogos y etnólogos, y desde luego, en este caso más si cabe, con toda la razón crítica de su parte. Hay costumbres amables que conllevan sufrimiento de muchos y ésta del «potlach» navideño es una de ellas.
Estamos en manos del Mercado. Lo único que me queda es decidir si lo habremos estado siempre.
Tendrán que permitirme discreparo los señores pesimistas, yo creo que la fiesta infantil de Reyes es maravillosa, cosa difderente es que los mayores la hayan convertido en una comedia para disfrute de ellos mismos. Me ha gustadio lo dicho por Justo: estamos en manos del Mercado.
Hoy va la cosa de ternurismo entre los que comentan, y ya solo falta que uno de ellos nos recuerde que hay niños pobres que se quedan sin regalos y padres pobres que lo pasan tan mal que… A mí me ha interesado más de la columna el sentido antropológico, y con esa crítica estoy completamente concorde.
Siempre hubo amargados y amarrateguis disconformes con el dispendio de Reyes, como siempre hubo y esto ya lo comprendo mejor Madres y Padresfelices viendo la ilusión de tantos niños. Es muy cierto lo de los niños pobres que se ha dich0o9 más artiba, pero esa no es razón para privar a todos sino quizás de echarse la mano a la cartera. Me consta que hay quien lo hace, Cáritas por ejemplo, así como otros institutos y asociaciones. Hay cosas que suele ser más fácil rechazar que «cotizar».
Haga la teoría que quiera que yo no dejaré de soñar con mis ilusiones de niño con fe. Parece que les molesta ustedes cualquier cosa que embellezca la vida, sobre todo si procede del campo cristiano. Chao.
Yo, por los Reyes. Nada de Papa Nöel ni Santa Klauss ni monsergas, sino como nos hemos criado toda la vida en este viejo país. Quienes tenemos más contacto con los chicos sabemos bien lo que valen esas ilusiones, aunque jagm tenga mucho sentido al criticar nuestra indefensión ante las propagandas invasoras.
No me negarán lo injusto que es que el sacrificio económico de padres y abuelos lo reciban los beneficiarios como venido del cielo.
Extraño comentario el de don Griyo, viniendo de persona con tan buen criterio. Todas las sociedades tienen sus fiestas para compensar la rutina, pero la fiesta de los niños es una de las más venerables que se han inventado.