No es tolerable el espectáculo de antesdeayer a la llegada del pederasta, menos aún el enfrentamiento con la policía que cumplía con su indeclinable deber. Se explica el dolor, se comparte, pero no es posible retroceder en el tiempo y sustituir la aplicación del derecho por la venganza privada. Es verdad que semejantes canallas no merecen más piedad que la que implica separarlos de sus semejantes y habría que exigir a la Justicia que ese aislamiento se lleva a cabo realmente, con la mayor dureza posible que, desgraciadamente, no bastará a remediar lo pasado ni a prevenir el porvenir. El daño que sucesos como éste causan a la sociedad no se limita al producido a la víctima y a la parte ofendida, sino en el ultraje que supone su autodegradación con manifestaciones salvajes como al del jueves. Y no puede decirse tampoco, por desgracia, que la autoridad haya estado a la altura de las circunstancias. Será el propio pueblo el que, por su cuenta, deba volver a sus cabales.