Una sentencia radical para desengañar a tanto a escépticos como a optimistas. Y una tragedia política no sólo para Andalucía sino para la democracia española. Si algo queda claro es que lo indeseable no eran “tres o cuatro golfos” sino todo un “régimen” clientelar cuya ilusión patrimonialista lo enrocó en la conciencia de impunidad. ¿Quién restaurará ahora la confianza perdida y cómo se cuadrarán las cuentas tras el saqueo padecido? No es sólo el PSOE la víctima de sí mismo –todo el PSOE, no sólo el andaluz— sino todo un pueblo estafado que, de hecho, se queda sin un referente confiable. Y una lección, ojalá que inolvidable, para la garduña que infesta nuestra vida pública y para los aventureros que han convertido el templo en un mercado. En Andalucía, sí, pero también en Cataluña, en Madrid, en Valencia, en Asturias… La gran culpa de estos grandes (ir)responsables ha sido su confiada soberbia. La del pueblo soberano consentir impasible el festín elección tras elección.