La mala opinión sobre el medicamento es vieja como la medicina misma. No tienen más que repasar lo que el refranero dice de médicos y, sobre todo, de boticarios, aunque ya en el propio Evangelio se habla de una mujer curada por Cristo que había dilapidado toda su fortuna en médicos y pócimas. El doctor Laguna, médico de Carlos V y tan amable comentador de Dioscórides, no deja de ironizar sobre las prescripciones y consejos de este médico y botánico insigne que ejerció bajo Nerón, y don Gregorio Marañón no se mordió la lengua alguna vez en el mismo sentido crítico. Hoy centramos esa crítica en la farmaindustria de la que hace poco comenté aquí una solvente opinión que la acusaba de evitar el medicamento curativo porque el adecuado a la dolencia crónica multiplica su negocio. Pero acaba de salir un libro, “Guía de los 4.000 medicamentos útiles, inútiles o perjudiciales”, en el que el antiguo decano de la Facultad de Medicina de París, Bernard Debré, afirma que esa industria es “la más lucrativa, la más cínica y la menos ética de todas las industrias”, especificando que la mitad de las medicinas son inútiles, un 20 por ciento de ellas son mal toleradas y un 5 por ciento potencialmente muy peligrosas. Por su parte, el OBS, siempre beligerante, ha colgado una “lista negra de medicamentos peligrosos” que incluye desde fármacos cardiovasculares a las píldoras anticonceptivas pasando por ciertos antiinflamatorios. No salimos del debate entre hipocráticos y galénicos, entre higienistas homeópatas y médicos recetones, ese laberinto por el que anda extraviado sin remedio, huyendo del Minotaurio, el pobre paciente, y sobre el que Rodríguez Marín recogió un refrán temible antologizado por Martínez Kleiser: “Donde no hay boticario ni médico, los hombres se mueren de viejo”. La crítica actual parece legitimar, como puede verse, al viejo refranero español.
Dicen que, a las primeras de cambio, en España se ha ahorrado una millonada al entrar en vigor el recorte farmacológico, dato que, al aplicarle la doctrina comentada, puede sugerirnos la idea de que, además del ahorro, quién sabe cuántas vidas habrá salvado. En todo caso, hasta el más hipocondriaco ha de reconocer que tal vez fuera cosa de eliminar esos almacenes domésticos que casi todos guardamos en casa. Clemenceau diría que la salud es algo demasiado importante para dejarlas en manos de la farmaindustria.
Ojalá te gastes tu fortuna en médicos y boticarios. (Maldición gitana).
Que medicina tan fuerte, vale un pastón, será buenísima. Eso se oyen en pueblos y no pueblos!!!!!
Se dice que no es más limpia una comunidad por tener más dotaciones de limpieza, sino por ensuciar menos. Una vez leí que el factor más determinante en el nivel sanitario de una comunidad no es el número de hospitales, sino que está más bien relacionado con el nivel de educación. No sé qué dirán los médicos…
Allá va mi refrán: ‘Cuantos más gatos, más ratones’.
Me cupo el (dudoso)honor de abrir uno de los primeros centros de salud en una capital andaluza. La prisa era tal para cumplir una fecha dada por los señoritos, que a las cuatro de la tarde de un domingo, me llamaron a ver si podía echar una mano, que ‘había que abrir mañana sin falta’. Dediqué una hermosa tarde octubre a colocar algún armario y comprobar que hubiera bolígrafos y hojas de Historias Clínicas -una novedad entonces en primaria- en todas las consultas. (No me dejeis que me enrolle, pordió).
Se ofertaron los llamados programas preventivos: Hipertensión, diabetes, control de natalidad (bajo el nombre de «atención a la mujer»), ancianos, vacunas… Cobrando igual o menos, los que llegamos a la medicina pública de trincheras en aquellos entonces, empezamos a cumplir la jornada semanal de 37 horas y media -había media hora de 8 a 8 y media de la mañana, que se la fumaban más de tres- y con ello se cubría aquella oferta. En poco tiempo casi no da´bamos abasto. Si aumenta la oferta, aumenta la demanda. Lo dicho, cuantos más gatos… (No me dejeis que me enrolle, pordió bendito).
Lo que les vengo a decir es que los ajustes, todos los ajustes hechos hasta ahora en este campo del gasto boticario, se hicieron con un fin exclusivamente económico. Aunque se vistan con la túnica de la duda de la eficacia de algunos meringotes. Si duda alguien de la eficacia de algún antidiarreico es que no ha llegado a ciertos límites. Por poner un ejemplo.
Otrosí digo que hace treinta o cuarenta años, la práctica del ‘tarugo’ era un hecho bastante extendido. Que la marea rosa del 82 hizo no poco bien en esta y otras corruptelas. Del mismo modo que, porque había ¿un diez?, ¿un treinta? por ciento de médicos sin vergüenza, se puso a la ‘clase’ médica en el visor de las fusilas.
Otrosí digo que la industria armamentística sigue por delante de la farmaceútica y pocas voces se oyen que lo digan.
Y ya no les castigo más con mis logomaquias.