El Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, no es personaje que precise defensa. Se defiende solo desde siempre y, desde luego, no sería la primera vez que hubiera de hacerlo frente a sus ‘compañeros’ de partido, ésos a quienes suele decirse, probablemente sin fundamento, que Churchill consideraba los enemigos políticos peores y más arriscados. El miserable juicio de intenciones en que el ex ministro Montilla, ese charnego irredimible, ha tratado de basar su crítica al recurso de inconstitucionalidad frente al Estatuto de Cataluña presentado por el Defensor, constituye, en cualquier caso, una demostración superlativa de la alarmante incapacidad de ciertos sectores de su partido para entender el sentido de los pactos de Estado que pueden y deben establecerse para encarar los problemas de fondo que afectan a toda la sociedad. Decir, en efecto, que Múgica haya recurrido ese peregrino Estatuto –tan controvertido en toda España como escasamente respaldado por la ciudadanía catalana, todo debe recordarse—a causa de su sentimiento familiar por la pérdida de su hermano víctima de ETA ya es miserable, pero achacar esa sensata y legítima decisión a su agradecimiento al PP que, por dos veces, avaló su nombramiento constituye, además de un argumento ruin, una clamorosa ilustración de aquella incapacidad para entender el consenso de Estado que ha arruinado ya problemas tan delicados como el efectivo control judicial, la rampante amenaza de la inmigración ilegal o la presunta negociación de paz con los terroristas en que el Gobierno anda empantanado. Hay gente como Montilla en nuestra política que fulmina cualquier iniciativa surgida fuera del entorno del “aparato” ignorando que no hay ejercicio más noble en democracia que el acuerdo previo de los grandes rivales electorales en torno a los temas de interés común. Múgica no necesita alabarderos que le defiendan, ya digo, pero la miseria de Montilla no afecta solamente al prestigio del Defensor sino que compromete el entendimiento de la democracia y eso ya es peor.
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Es más, es posible que a actitudes como la de Montilla quepa atribuir algunos de nuestros males políticos más decisivos, como el que implica la propia incapacidad para entender que la elección consensuada de un cargo de competencia universal se justifique en sí misma, más allá o más acá de los forcejeos y ambiciones partidistas. Quizá a Montilla le parezca de perlas que el PSOE de Zapatero propusiera y firmara un Pacto Antiterrorista al alimón con el Gobierno del PP mientras bajo cuerda y a cencerros tapados continuaban los contactos con la banda criminal, pero eso no es bueno sino que constituye una infamia. Y por lo visto, le parece mal que para designar a un personaje incuestionable como garante del interés de todos, los dos grandes partidos –la inmensa mayoría de la nación—acerquen sus posiciones hasta dar con la personalidad adecuada en lugar de recurrir al procedimiento digital al que políticos de corto recorrido, como Montilla, deben su irresistible ascensión. He oído decir por ahí que menos mal que el PSOE –probablemente convencido de las pocas posibilidades que le quedan al sentido común ante el propio TC– no ha reaccionado del todo mal a la importante iniciativa de ese Defensor que es, con diferencia, uno de sus más acreditados dirigentes históricos. A mí me parece, sin embargo, que esas frases de compromiso no bastan para compensar la doble y asquerosa ofensa que el hasta ayer ministro y hoy candidato ha infligido a quien es tal vez la única autoridad española capaz de conseguir el apoyo indubitable de tirios y troyanos. Múgica no ha hecho otra cosa que justificar plenamente el mérito en el que confiaron al nombrarle los dos grandes partidos, sin perder de vista la voz de la calle. Montilla, por su parte, no es más que un pequeño miserable del que pronto no volveremos ni a oír hablar.
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La miseria nubla tus ojos…
Poca vista la de Montilla que nos hace recordar la pragmática generosidad que muchas veces tuvo el PP no solo de no descabalgar de sus puestos a viejos militantes del PSOE sino a recurrir a algunos de ellos para puestos especialmente delicados.
Los ejemplos son muchos:
Gallardón no removió a ningún funcionario, ni a otros que no lo eran, cuando llegó a la Comunidad de Madrid, lo que le valió numerosas críticas de cuadros de su partido anhelantes por ocupar jugosos puestos.
Después había aprendido tanto que cuando llegó al ayuntamiento no respetó ni a los de su partido.
Y otro:
Los ministros de interior del PP conservaron la heredada cúpula de la policía y todo el mundo sabe lo caro que les costó.
Digamos que el bachiller Montilla –servidora comenzó su licenciatura con veintisiete años y tardó casi ocho en concluirla por aquello de compatibilizarla con el laburo- no es sino el prototipo del charnego servilón que ofrece sus posaderas para el látigo, hasta que la huella de éste borre el estigma plebeyo de no haber nacido en Polonia. A juzgar por los resultados, tiene ya “probada nobleza” para aspirar a ser par inter pares. Lo de primus, verdes las han cogido.
A Engique Múgica, como a Paco Vázquez, los jayanes de su partido le habrán gritado más de una vez lo de “vete al PP”. Todo lo que no sea obediencia ciega a los ukases del cupulín de la cúpula es anatema. De su fiel acatamiento se encargan los pretorianos que tienen desenfundadas las espadas y afiladas las hachas. Pregunten por un tal Arfonzo en sus tiempos de gran visir o por un tal Gaspi, chiquito pero sin sitio ya casi para más muescas en la culata de su lupara.
Que la democracia española está podrida nadie podrá considerármelo como un exabrupto de fachosa irredenta. Dicen que don Pío dijo al volver del otro lado del Bidasoa y exigírsele requisito para la nueva Academia, “Jurar o prometer, qué más da” y es que su espíritu nietzscheniano, su taedium vitae, su sentir anarquizante, su escepticismo amargo ya le habían llevado de la consulta a la panadería, y de ésta a su habitación de brasero, zapatilla y boina en un “quémasdá” para con la España de rencores y navajas que tan bien conocía.
Servidora ya usa zapatillas de paño.
¿Ignora Montilla que en política solo se agradecen los favores futuros? Sopita de mi misma para el ministro.
Recuerdo al pudor de Doña Epi lo que ya sabe.- “ides” significa que lo que antecede no es lo que parece.
Hay por ahí un chiste que cuenta cómo un padre y su hijo dormían en un caserío de labranza perdido en el campo y después de un duro día de trabajo agrícola. En la quietud de la noche, el padre soltó un pedo descomunal, desgarrador. El chiquillo, sobresaltado, se acercó a a un ventanal y, al ver el hermoso cielo estrellado, se volvió aún sobrecogido al padre que disimulaba roncando.
-Papá, ¿has sido tú?
-Sí, hijo. Se me ha escapado.
-¡Ah! Ya me parecía que era demasiado para la mula.
Rubianes tuvo a bien desahogarse con aquellas famosas declaraciones, pero la pedorreta de Montilla contra Múgica, cuya decencia y libertad no alcanzará mientras viva, sólo la sueltan los que conducen el arado.
Una vez más he de darle mi más cordial y sincera enhorabuena: efectivamente, el charnego no es más que un pequeño miserable del que -ojalá- pronto dejaremos de oír hablar.