Vaya planchazo monumental se ha llevado nuestro Gobierno y, en especial, el ministro de Exteriores, en el negocio del espionaje masivo al que los EEUU han sometido hasta el Papa, al descubrirse que, en realidad, no es que los yanquis nos hayan espiado a nosotros, sino que hemos sido nosotros –es decir, nuestro CNI—los proveedores al por mayor de esa información tan reservada. ¿Por qué le llamarán “Inteligencia” a los servicios secretos, verdad? A mí se me ha venido a la cabeza la vieja novela de Chesterton, “El hombre que fue Jueves”, aquella odisea tan hilarante en la que, en fin de cuentas, todos los espías se espiaban mutuamente dejando de lado el objetivo principal de su tarea, idea que no debemos considerar del todo fantasiosa pues nos sobran ejemplos en la crónica negra del espionaje y del contraespionaje. Sabíamos que esa “Inteligencia” nuestra ha espiado a todo bicho viviente, incluido el Rey, es decir, el Jefe del Estado, y el primer partido de la Oposición, pero una cosa es profesar con estricta observancia en el credo de que la información es poder, y otra muy diferente dedicar nuestro dinero a proporcionarla al por mayor a otros más poderosos. Sí, ya sé que es una leyenda eso de que entre los servicios secretos, aparte de los ajustes de cuenta, juega un código colaboracionista y un pacto de “omertà” ininteligible para los legos. Pero lo que estamos comprobando ahora es que ese código y ese pacto son tan libérrimos que, en realidad, un servicio de información que se precie es un Estado dentro del Estado. El ridículo del Gobierno, en consecuencia, es muy fuerte pero también, hay que reconocerlo, no es exclusivo del español ni mucho menos.
Mi idea personal es que, dado el nivel alcanzado por las tecnologías, el espionaje se está elevando por encima de todo poder legítimo, reconvertido en una especie de hectoplasma incontrolable que lo mismo sacrifica a un mendigo para probar un narcótico –como ha ocurrido aquí – que le cede graciosamente a sus colegas imperiales la intimidad registrada de los propios contribuyentes. ¡Y hay por ahí, encima, quien reclama “represalias” o quien amaga con una crisis internacional! Ya la Biblia nos proyecta la peli de los espías enviados por Josué a Jericó en la que no falta ni el ambiente lupanario. Tengo curiosidad por ver qué dice ahora el ministro Margallo que hasta antier torcía o fingía torcer el gesto inconfundible de la dignidad ultrajada.
El secreto es inherente al Poder. Los medios de que hoy dispone éste vana liquidar la intimidad. Debemos prepararnos para el futuro imaginando una sociedad trasparente en la que nada escape a Cojuelo. Mi impresión es que, en esta materia, estamos aún en el prólogo.
Se trata de que resulta imposible frenar este proceso. Cada día ese Poder al que se alude dispondrá de más medios, más sutiles, más eficaces. No es posible ni imaginar que los que viven de él van a renunciar a utilizarlos.
Se ha colado una errata ortográfica en ectoplasma. Magnífico artículo, como siempre.
Pues me pilla el temita con la última de Le Carré entre las manos. Cuando ya creía que el viejo Cornwell (82 añitos) se había quitado, ataca de nuevo con «Una verdad delicada», recién salida de máquinas.
Y mira por donde, nos aclara que hasta eso está hoy privatizado. Si nos agobiaron los Blackwater, ahora resulta que hay novísimos equipos dedicados a información geopolítica, con análisis de riesgo innovadores y ciberaptitudes –ojo al dato– actualizadas al minuto. Protección (¿y desprotección?), negociaciones, basta con un correo electrónico y un apartado de correos.
¿Ficción? El viejo novelista demuestra que está al tanto de lo que se cuece y cómo se cuece. No es extraño que lo que espía Blas lo conozca Enrique a través de su conexión segura, je je , con el servicio que Juan tiene montado para entregar al mejor postor.