No sólo los desgraciados humanos se dan a la bebida para olvidar sus desdichas y frustraciones. En el número actual de la revista Science he podido enterarme de que también ciertas moscas, en concreto los machos de la especie drosophila melanogaster, tan común en nuestro laboratorios, recurren al alcohol para ahogar sus penas cuando son rechazados amorosamente por sus hembras. Unos sabios de la universidad de California han demostrado, en efecto, que los machos satisfechos por hembras receptivas, y libres ya, en consecuencia, de sus pulsiones sexuales, acuden para alimentarse a un comedero no alcohólico, mientras que los que han sido rechazados ingieren cuatro veces más alcohol que sus envidiados rivales en otro en el que la comida es altamente etílica. Sabíamos ya que, en definitiva, nuestro genoma no estaba tan alejado del muscario como pudiera pensarse en un principio, pero no, desde luego, que pudiera existir tanto parecido emocional entre nuestras especies, y menos hasta el punto de que el díptero defraudado reaccionara ante la adversidad amorosa tal y como suele hacerlo tantas veces ése que pretenciosamente llamamos “Sapiens”: echándose a la bebida. Y menos aún sabíamos que si esa conducta se produce es por causa o efecto de unos neurotransmisores (el neuropéptido F) localizados en esos cerebros de mosquitos, similar a otro que posee cerebro el humano (el neuropéptido Y), lo que ha sugerido a esos investigadores la idea de que, controlando esos elementos, tal vez podríamos acabar con el vicio cortando de raíz su motivación simplemente a base de una medicación adecuada. La vida es un inacabable y fascinador documental en el que cada nueva imagen nos trae una nueva idea. Ésta de las moscas borrachas no es de las más atronadoras, ciertamente, pero estarán de acuerdo conmigo en que sí una de las más sugerentes.
Más allá de la inteligencia consciente hay una zona penumbrosa en la que impera el instinto, aunque por lo que estamos comprobando puede que en una y otra el sujeto se guíe por pautas idénticas, que, al fin y al cabo, todos ser vivo es primero hermano de cualquier otro y no hay diferencia que pueda ocultar la identidad de base, la unidad de origen. Las moscas beben para olvidar tal como hacen los varones abrumados, simplemente porque hay en ambos un mecanismo biológico común que los impulsa a mantener conductas similares. Lo que no sé es si el “drosóphilo” llorará por las esquinas y dará la tabarra al tabernero como hace “Sapiens” cuando la engancha gorda para olvidar sus cuitas. Quién sabe. Nunca sabremos lo que puede acabar saliendo de un laboratorio.
Mira por donde me empiezan a caer mejor las moscas. Una columna deliciosa.
Lo último que podía imaginarme es que los «moscos» fueran celosos y que lo fueran según el modelo del macho humano. ¡Qué cosas se aprenden, don ja! Debe usted aprovechar toda esa información y hacer un volumen con ella.
¡Cómo se te escapa de control el viejo etólogo aficionado!
qué divertido! A mí tambien empiezan a caerme mejor las moscas! un beso a todos.
No es lo mismo la melanogaster que la mosca común, doña Sicard.