Nos equivocábamos los que creíamos que la cercanía autonómica habría de favorecer el desarrollo cultural. No daríamos abasto si pretendiéramos aportar pruebas de ello, tras casi cuarenta años de gestión autónoma de la Cultura en una Junta que, como cualquier otra Administración, ha cosiderado desde un principio a la Cultura como un adorno floral de la política: como una «maría». No hay más que comparar el billonario (disculpen, pero uno sigue hablando en pesetas) Presupuesto de que dispone el Gobierno regional para fines culturales con los dineros astronómicos de que disfrutran otros departamentos. Los famosos «EREs falsos» se llevaron por delante un puñado de anualidades de las que se asignan a Cultura, a pesar del aparente idilio entre la clase política y esa siempre sospechosa dimensión humana. Y no es que se haya llegado aquí, ni por asomo, a la frase atribuida a Goebbels («Cuando oigo la palabra Cultura, echo mano a la pistola»); se trata, simplemente, del consenso general en que los bienes de la Cultura no se cuentan entre los prioritarios de la vida pública.
¿Qué hará el nuevo equipo de Cultura con esos 230 millones con que se adornan los actuales Presupuestos («prorrogados», por cierto)? Para que se hagan cargo ofreceré un ejemplo deslumbrador –el del megachiringuito pomposamente llamado Agencia de Instituciones Culturales– agraciado en la piñata autonómica con 28 millones de los que solamente 4 se invierten, ya que nada menos que a los 18 restantes los engulle un capítulo de personal que debe atender ¡a 500 empleados!, ni que decir tiene que muy mayoritariamente clientelar. ¿Qué se hizo, pues, hasta ahora en ese balneario? Pues –tambien sea dicho a túítulo de botón demuestra– lo que sugiere que solamente 4 de cada 10 euros del famoso «uno por ciento cultural» que la Junta colecta de su total inversor, haya sido realmente ejecutado: el resto, es decir, el 60 por ciento se quedó en el limbo burocrático. ¿Pues qué decir del otro «uno y medio por ciento» –el aportado por el Estado– para el que desde hace cinco años ni siquiera se ha presentado un proyecto por parte de la consejería?
El nuevo equipo y animoso va a encontrarse con un derribo en materia de protección del Patrimonio, con un caos en lo que se refiere a los diecisiete museos provinciales –«pocos en buena situación, bastantes en crisis y varios en quiebra o al borde de la ruina», según he podido informarme–; con un erial en cuanto se refiere a difusión efectiva de la cultura libresca, a la protección efectival de la arqueología o a la atención de las actividades creativas que no sean las «ideológicamente» avaladas (teatro, audiovisual y flamenco –¡el 80 por ciento del pastón manejado por la citada Agencia!– en detrimento de las demás (la arquitectura, el diseño, la moda o las artes visuales) que actualmente ni siquiera están contempladas en los planes de ayuda.
Larga faena le queda a ese animoso equipo entrante, al que sería absurdo exigirle con prisas lo que no se ha intentado siquiera en cuatro decenios. Que se lo han de exigir, ya lo verán, porque nadie conoce la sentina mejor que el sentinero desahuciado, pero que tiene a su favor una únca ventaja: el repertorio de fracasos cosechados por sus antecesores, el estrepitoso fracaso de la Cultura andaluza hasta ahora asfixiada en la campana neumática de una autonomía tan amiga de los juegos florales como adversaria de la Kultura con ka.