La provincia entera, como el resto de España, llora con rabia ante el asesinato de la niña del Torrejón, un crimen tal vez previsible dados los abominables antecedentes del presunto criminal y su mujer, una experiencia que debería mover a la autoridad a reconsiderar si tiene la más mínima lógica ese prurito legal bajo el que se acogen a sagrado esos delincuentes fatales. Puede argüirse, por qué no, que en realidad se trata de enfermos incurables y que por eso reinciden, pero entonces ¿por qué andan sueltos, por qué no se les controla una vez detectados, por qué se les consiente una vida normal que es la coartada perfecta para sus miserias? Huelva está de luto, pero es la sociedad entera la que se vuelve a topar con el fantasma de una maldad que hace mucho tiempo que se le fue al derecho de las manos.