Vaya la que ha levantado la FAO –esa agencia romana de la ONU para la alimentación y la agricultura, que se dedica proponer planes benéficos para la Humanidad doliente sin conseguir que se cumplan jamás—con su no poco desconcertante propuesta de que, ya que dos mil millones de seres humanos incluyen los insectos en su dieta, deberíamos ir pensando en utilizar ese recurso para paliar el hambre del 15 por ciento de la Humanidad que vive instalado en el hambre canina. Es verdad que el mundo produce actualmente alimentos que podrían satisfacer no a siete mil millones de bocas sino a catorce mil –según la propia FAO—, pero lo hace de manera tan desorganizada y egoísta que hemos acabado por aceptar la miseria junto con el despilfarro. Dice esa agencia que los insectos proporcionan altas dosis de proteínas excelentes, así como grasas y minerales capaces de mantener cumplidamente a un ser humano, razón por la cual se estaría pensando en su producción masiva como un recurso (que esperemos que no sea el último) para calmar la gazuza de tanto indigente y, de pasada, la mala conciencia relativa del llamado “primer mundo”. ¿No sabemos que ya Juan el Bautista se alimentaba con miel y saltamontes? ¿No lo estiman como auténticas “delikatessen” los desdichados habitantes del mundo pobre y algunos turistas snobs? Oigo una propuesta: ¿por qué no dejar que las moscas se multipliquen exponencialmente en los grandes vertederos para luego recolectarlas y alimentar con ellas, por ejemplo, a los pollos que luego consumiríamos los humanos? ¿No es la miel, al fin y a al cabo, una elaboración gástrica de la abeja y fue uno de los dos bienes que Dios prometió a Moisés que hallaría en los manaderos de la Tierra Prometida? Dios, Moisés y dos mil millones de entomófagos no pueden equivocarse.
No entro ni salgo en el tema, que doctores tiene la Iglesia y agrónomos la FAO, pero creo que estas peregrinas providencias no son más que el símbolo de la rendición de los países ricos, definitivamente no dispuestos a meterle mano al conchabeo mundial de un puñado de magnates que controlan la producción y el consumo. Pocas ocurrencias he conocido como ésta cínica exhortación insectívora disfrazada de sociología del gusto. El modelo desigual que implica la sociedad de mercado no se para en barras, como puede verse, a la hora de mantener intacta su estructura oligárquica.
…el conchabeo mundial de un puñado de magnates que controlan la producción y el consumo… Ahí está la clave. Muchos conocen la existencia de esa multinacional de la transgenicidad –SANTificado no es su nombre, sí su Monte– que gracias a su maíz RR, se introduce en una variedad inimaginable de alimentos que consumimos cada día.
A todo turista en México –no a mí, ‘ni Dios lo premita’, que no he saltado el Charco– le ofrecen probar los chapulines. ¡Xacto!: el cigarrón que comía el Precursor y que fritos, me ha dicho quien los probó, no difieren gran cosa de la gamba frita. No digamos ya si lo mojamos con alguna salsa más o menos exótica. Los escamoles se pueden comparar al escargot o los bígaros y la lista puede alargarse.
Pero pronto bajarían desde el Monte Santo a crear chapulines y escamoles resistentes a las enfermedades que ellos mismos provocarían y solo se encontrarían en el mercado las larvas que produjeran. Volvemos al principio.
Esto es lo que hay. Como para no indignarse.
Lo de la miel no está mal y entre los artrópodos están algunos de los manjares más apreciados por los humanos, pero tengan en cuenta que los insectos producidos industrialmente van a costar poco menos que los peces de vivero que hoy están presentes en todas las pescaderías.
Mi hermano y yo, de niños, cazábamos saltamontes para alimentar a unos pollos de perdiz y en una ocasión cocimos unos cuantos. Se pusieron rojos y olían a marisco pero no nos atrevimos a probarlos.
Una sociedad sin pobres también sería una sociedad sin ricos, pero ellos nunca lo consentirían.
Creo haber reconocido el anónimo de Miss Epi. Y luego está don Griyo. Me alegro de verlos juntos de nuevo, cabalgando otra vez.
Con lo que me gusta comer, perp no sé si me atrevería a apuntarme a una dieta de moscas y demás bestezuelas.
Besos a todos.
Toda la razón, mi doña Marthe. «Me s’orvía» poner el indicativo algunas veces. Y bien sabe usted señora mía, que no soy miss, si acaso mistress. (*) Pero ya he dejado suficientenmente claro que he superado la época de hermafroditismo. Sin operación alguna, soy ya totalmente varón. Los lobos no pueden alcanzar mi trasero por mucho que estiren los colmillos.
*.- Sabe bien, mi querida doñita, que puede llamarme como quiera. Vd. tiene bula.