Las autoridades africanas andan no poco preocupadas con el deterioro creciente de la indumentaria pública y, de manera muy particular, con la que exhiben en sus lugares de trabajo los empleados estatales. El tema es viejo y existe en torno a él un amplio consenso en el sentido de que esa revolución indumentaria, que viste a las masas con camisetas estampadas, universaliza los jeans, hace populares las gorras de béisbol (colocadas al revés, sobre todo), acorta las faldas y abre estudiada y provocativamente los escotes, no es sino la consecuencia en las costumbres ancestrales del impacto de la imagen occidental que trasmiten sin tasa ni posible fielato las televisiones del jodido Occidente. Tanto es así que una Administración proverbialmente desorganizada y corrupta como la gabonesa acaba de recibir por sorpresa un decretazo en el que su Gobierno establece por las bravas un código del atuendo que detalla con precisión qué prendas serán en adelante imprescindibles para el funcionario varón (chaqueta o sahariana, corbata y, no se lo pierdan, “calzado de ciudad”) y para las hembras traje-sastre, falda en todo caso, y camisa, eso sí, decorosamente abrochada hasta una altura prudente. Occidente ha entrado a saco en la estética popular de la negritud y esa circunstancia inquieta a sus responsables, al parecer, tanto como los rastros indígenas que permiten asistir descalzo al trabajo o exhibir el torso detrás del mostrador. Claro está, no han faltado críticas oportunas recordando –en este caso al presidente Ali Bongo—que hay en aquellas covachuelas problemas de mucho mayor entidad, aparte de que imponer semejante normativa de urbanidad puede alejar de hecho de las oficinas a la población rural que, en alejada de las zonas modernizadas, mantiene a veces intactos sus vínculos vestuarios con el neolítico. Quieren comenzar la revolución pendiente por las tetas y los pies, por lo visto, como un homenaje de mínimos a ese Occidente redentor que les ha descubierto el fútbol y la cocacola.
En ese sincretismo embalado sí que sería posible ver una real “alianza de civilizaciones”, cierto que a costa de que la civilización “inferior” –digámoslo así
a título exclusivamente descriptivo—asimile sin mayor reflexión la ganga vistosa que le ofrece un mercado global al que el progreso auténtico de esas masas neocolonizadas le importa un comino. Tipos como Bongo, como pueden comprobar, hacen suyas en un país nudista hasta antier los prejuicios de una civilización tan corrupta como la suya pero que a él, como a tantos otros, debe de parecerle “superior” por el simple hecho de que gasta zapatos y sostenes, bebe colas y sale en televisión.
Divertido, pero se ve que el calor aprieta incluos más allá de los Pirineos y hasta en la mismísima y nueva Babilonia. ¿No hay nadie ahí? Mañana será otro día. Seguramente.