En la tele veo un interminable y espeluznante programa en el que se debate, sin especial fortuna, alrededor de la gran delincuencia juvenil, dando voz a las propias madres de las víctimas y a expertos más o menos rigurosos. Da lo mismo, porque en este momento, la sociedad española tiene en la retina esos casos y en la memoria una oscura intranquilidad provocada no solamente por las atrocidades sino por la práctica o relativa impunidad de los asesinos y la inexplicable difusión de ese modelo delincuente. Se habla de las chicas que asesinaron a una compañera en San Fernando para experimentar la vivencia de semejante atrocidad, del que con una katana degolló a su familia entera, de ése otro que simuló durante tres años su orfandad tras llevarse por delante a sus padres y a un hermano, de la bandilla reincidente que torturó hasta la muerte a Sandra Palo en un caso famoso y, antier mismo, del ex-novio que mató a golpes a una joven sevillana para arrojarla luego al río. Demasiados casos como para que una sociedad, incluso tan inercial como ésta, se quede tranquila. En Internet se intenta difundir la imagen del ‘Rafita’, el menor (entonces) que raptó y se ensañó con Sandra, ahora en libertad tras cuatro años de “play station” y trabajitos artesanales en un centro, a pesar de que consta su contumacia expresa, difusión que, a su vez, trata de prohibirse por las razones convencionales. El Mundo ha publicado en portada la cara del asesino de Sevilla y me parece muy bien. Alguna vez habrá que decidirse a no tratar a los perversos mejor que sus víctimas.
Algo más habrá que hacer, en todo caso. Preguntarse si es posible mantener un solo día más una normativa que garantiza la impunidad absoluta o relativa de los menores delincuentes, para empezar. Revisar un sistema correccional ridículo frente a la audacia criminal de esos vándalos. Plantearse, como en Francia, por ejemplo, el control riguroso de la anomia juvenil y su sanción disuasoria o, al menos, ejemplar. Y por supuesto, proponer una amplia reflexión colectiva que habilite a los poderes públicos para enfrentarse con decisión a una indisciplina galopante que comienza en el seno de la propia familia y acaba en la calle pasando por la escuela. Esos “caritas de ángel” constituyen un peligro atroz para una colectividad que, por otra parte, ha perdido, en buena medida, el control de sus propios hijos. Estamos ante un fracaso del sistema de relaciones juveniles asociado a la crisis de la familia y de la autoridad y vivimos una experiencia sin precedentes que sólo desde la beatería puede tratarse de afrontar con los paños calientes de un garantismo sin el menor sentido.
Lo malo a veces es tener memoria: por eso creo que nose atreven a hacer lo que impone el buen sentido, porque temen caer en los defectos del antiguo régimen. Lo malo es que así van derecho al muro.
Muy valiente artículo.
Un besos a todos.
Una vez más deseo recordar que la cultura es represión y encauzamiento de los instintos primarios hacia mejor fin, convirtiendo lo que es una represión exterior en valores asumidos por una comunidad; y que una cultura permisiva no es en realidad más que una anticultura, un regreso al salvajismo. Por muy bueno que sea el salvaje (en un medio salvaje, por supuesto). No sé que progreso se encuentra en el regreso al estado salvaje, como suele proclamar la progresía roussoniana.
Saludos.
El tiempo acabará venciendo las resistencias «humanitaristas», a m i juicio equivocadas, excesivamente rousseaunianas, absurdas si se tienen encuenta los resultados.
Firmo lo dicho por el doctor Pangloss. No hace más que unas semanas leí en El Mundo un curioso trabajo de Gimbernat defendiendo que las penas del Código español eran igual o más pesadsas que las de los códigos extranjeros. No sé, el sabrá. Lo que sí sé es que un suceso como el de Sevilla, que descubre en esta juventud la capacidad de hacer cosas semejantes en régimen de colaboración, debe llamarnos al orden.
No se trata, efectivamente, de ser los más humanistas del mundo sino de mantener un equilibrio entre la aplicación raiconal y generosa de la ley y el abuso manifiesto que los delincuentes hacen de sus flaquezas. Mírenlo por este lado, no por el consabido.
Una gran pena ante estos suceoss, eso es lo que hemos de sentir. Lo cual no quita que la sociedad ponga en pie los instrumentos necesarios para proteger los bienes nayores, y ninguno supera a la vida. Hay ya demasiados «caritas de ángel» por ahí. Comprendo la preocupación de muchos españoles convencidos de que lo que ocurre en esta sociedad desmadrada tiene su origen en el desajuste del derecho.
Tenebroso asunto. Algo hay que hacer por más que el buen deseo nos pida mano blanda y corazón clemente. Esos caritas de ánmgel no son lo que representan. Y si son capaces de hacer lo que hacen, también deben serlo de asumir su responsabilidad. Ser los más avanzados del mundo en libertades cuestionables no es garantía de humanismo profundo, aunque lo sea de eventuales catástrofes morales como éstas que estamos viviendo en España.
En Inglaterra se tomaron medidas graves c¡uando ocurrió el famoso asesinato del niño a manos de niños, por no hablare de EEUU, país duro donde los haya en el que los delitos de los menores a veces han sido castigados con la muerte (y por favor, que no se ponga en duda este dato). En Euripa habremos de acabar entendiendo que ni una cosa ni la otra, pero que una cultura como la que se está difundiendo (miles de padres pidiendo protección contra sus hijos agresores, por ejemplo, miles de mujeres vícitimas de sus machos, etc.) ningúna civilización podrá subsistir mucho tiempo.
No es descriptible el ambiente escolar en Sevilla al conocerse las circunstancias del asesinatro y, en especial, tras el descubrimiento de los cómplices. Hablamos de profs. tanto como de alumnos, entre los cuales, a veces inútilmente, nos esforzamos tratando de corregir conductas agresivas y dominantes que van a la zaga bde tanta permisividad. Hay motivos para la desolación, no cabe duda. Y de asco por los «curiosos» que llevan días en la orilla esperando a ver cómo aparece un cuerpo…
Hace falta una mano más dura. Oponerse es estar con la situación, y esta situación no permite moralmente esa actitud. No se trata de que el padre de la niña de Huelva o estos apdres apenados lo reclamen, sino de que nuestros juristas cavilen cuanto sea preciso para ver qué puede hacerse en una época con tantos cambios imparables, para reducir sus efectos terribles.
la verdad es esto correcto o es un cachondeo? estamos dependientes de los desgnios del todopoderoso porque como te toque un gachí de estos la tienes oscura. un saludo Don Jose Antonio